Mi país acaba de salir de una guerra que duró muchos años. Actualmente la situación política es estable; hay un gran desarrollo, y la vida ha vuelto a la normalidad. Pero no para todos.

Desde hace un tiempo algunos muchachos que se quedaron sin familia, se reunían cerca de la iglesia para pedir limosna. El lugar se convirtió en un punto de encuentro; allí dormían y vivían. Con el tiempo se empezaron a crear situaciones cada vez más difíciles; robos, peleas entre ellos, giro de droga, y se volvió peligroso andar por ahí de noche. El sacerdote había hablado con ellos para buscar una solución, pero algunos eran muy rebeldes y rechazaban cualquier relación.

Con algunos jóvenes nos preguntamos qué cosa podíamos hacer: decidimos intentar conocerlos. Nos presentamos, y cada vez que íbamos a misa, nos deteníamos a saludarlos. Poco a poco se creó una relación con algunos de ellos y surgió la idea de hacer algo juntos. Organizamos así un partido de fútbol. Buscamos la cancha y logramos conseguir que nos regalaran bellísimos uniformes para los dos equipos. El día del partido llegamos con merienda, bebidas, sándwich, tortas y pancitos.

Fue un momento muy fuerte, la amistad creció muchísimo. ¡La alegría más grande fue la victoria de ellos! Desde entonces los empezamos a invitar a nuestros encuentros. Su respuesta ha superado toda expectativa. La relación que ha nacido encendió en ellos una nueva esperanza, el deseo de hablar con el sacerdote para buscar trabajo (y muchos lo han encontrado), y volver a injertarse en la vida normal.

Nos dimos cuenta de que lo más importante no es dar dinero, sino una mayor atención. Teníamos que dar nuestro tiempo, nuestro afecto; la amistad y los frutos de este amor han sido mucho mayores de lo que hemos dado. 

(T. P. – Angola)

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