Después de graduarme de odontóloga deseaba poner en práctica enseguida lo que había estudiado durante años. Me gusta mi profesión y la veo como una posibilidad concreta de construir una sociedad más humana. Pronto recibí una oferta de trabajo, pero me di cuenta que adherir a aquel proyecto significaba adaptarme a comportamientos contrarios a la ética profesional.

El sueldo era muy bueno, y lo necesitaba, pero la certeza que no podía traicionar mi conciencia era más fuerte. Decidí no aceptar la oferta. En ese mismo periodo, me invitaron a crear un proyecto socio-educativo: iba a trabajar como maestra en una guardería. Mi decisión causó asombro. Mis familiares y amigos pensaban que yo estaba perdiendo tiempo y fuerzas y, no entendían por qué rechazaba una oferta tan buena en mi campo profesional  para dedicarme a “cambiar pañales”. Pero yo estaba feliz: era una oportunidad concreta para construir la fraternidad. De hecho, la experiencia fue bellísima: éramos varias personas, motivadas para realizar un proyecto que nos parecía la semilla de algo grande: responder a las necesidades de aquella localidad que deseábamos servir.

Después, inesperadamente me ofrecieron otro trabajo precisamente como odontóloga. La experiencia de la guardería me había dado una nueva apertura; la profesión no era ya solamente un modo para realizarme como persona, sino un espacio para “dar”, para amar.

Las ocasiones para seguir siendo coherente con las opciones fundamentales de mi vida no faltaban. Por ejemplo se me presentó otra oportunidad de ganar una suma considerable, pero con métodos no muy lícitos. En una sociedad como en la que vivo, con tantas necesidades y una mentalidad de corrupción generalizada, la cosa podía parecer hasta “normal”. Pero de nuevo para mí estaba claro que no podía ceder a una propuesta similar.

En otra ocasión, en cambio, vino al consultorio un pobre que ninguno de mis colegas quería atender, pero yo sabía que en esa persona estaba Jesús y no pude dejar de atenderlo como si estuviera curando a Jesús mismo.

Hace poco tiempo surgió la posibilidad increíble de comenzar un consultorio junto a una persona con las que comparto los mismos ideales. Podremos montar algo propio, ofreciendo a todos un servicio justo y digno de adherir al proyecto de Economía de Comunión! Me parece el “resto que llega por añadidura” ¡por haber buscado el Reino de Dios! Estoy feliz de poder emprender este nuevo camino, para dar todo de mí misma en la construcción de una nueva sociedad.

(E. Venezuela)

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