Después de Haití, Chile. En la madrugada entre el 26 y el 27 de febrero, un fortísimo terremoto de magnitud 8,8 en la escala Richter azotó al país, especialmente a la ciudad de Concepción y a la costa. De la comunidad del Movimiento de los Focolares en Chile comienzan a llegar las primeras noticias. Son noticias llegadas vía email, todavía muy fragmentadas y confusas. Hablan de destrucción, de la pérdida de amigos y familiares, de dolor difundido. Son, sin embargo, todas noticias llenas de una esperanza que jamás se ha perdido, de un movimiento de solidaridad que ha partido desde muchas partes, la mañana siguiente del sisma. Esperanza y solidaridad: rasgos típicos del pueblo chileno.

Ramiro y un grupo de amigos salieron de la capital de Santiago para ir al encuentro de los miembros más afectados de la comunidad de los Focolares. Viajaron toda la noche con dos carros cargados de bienes de primera necesidad, superando incluso los toques de queda. En Concepción, después de dos días de viaje (normalmente se toma 6 horas), fueron recibidos por la comunidad con mucha conmoción pues – cuenta Neldi, co-responsable del Movimiento en Chile – los bienes que llevaron “eran exactamente lo que necesitaban y en seguida se inició la distribución de los mismos. Se siente fuerte el espíritu de familia, de solidaridad”. “Es impresionante – escribe Ramiro – como en esta situación de dolor, Jesús está allí, presente en cada persona, en cada familia que sufre por las consecuencias de este terremoto”. El grupo fue luego a Curicó y de allí al Centro Mariápolis de Cunaco, a 170 km al sur de Santiago.

Precisamente en los días del terremoto, estaba en curso un congreso de adolescentes. Son las “gen”, la sección juvenil del Movimiento de los Focolares. Por email, Bea Isola cuenta lo ocurrido:

“En esos días, estábamos en el congreso en el Centro Mariápolis de Cunaco. Un congreso soñado y preparado desde hacía meses… sin embargo, no nos podíamos imaginar el programa que Dios nos había reservado para aquel tercer día. Fortísima la certeza del amor de Dios. Fue lo primero que recordamos esa madrugada, también porque el lema escogido para el congreso era: “¡Ánimo! ¡Dios las ama inmensamente!”.

Después del terremoto, el cartel con esas palabras quedó sólo resaltando en la sala del congreso, ¡como signo profundo que se grabará para siempre en nuestras almas!

En las horas sucesivas al terremoto, vivimos juntas el desaliento, la incertidumbre por los familiares, los amigos, sobre todo por aquellos que vivían en las zonas más afectadas por el sismo, y de los cuales no se tenían noticias dado que las comunicaciones se interrumpieron por horas y horas, y con algunos incluso por dos días. Hubo quien se enteró de un amigo muerto, o de personas que quedaron atrapadas bajo los escombros de una discoteca.

Después visitamos el pequeño pueblo cerca del Centro Mariápolis: negocios destruidos, gente que dormía al aire libre, sin agua, luz. Nos dispusimos a donarnos entre todos y con los demás, ayudando a las religiosas a desalojar la parroquia – incluso arriesgando la vida. Pequeños hechos, pero que hablan de la fuerte experiencia de amor recíproco que estábamos viviendo. Partimos transformadas por Dios. Y en estos días, correos electrónicos y llamadas telefónicas continúan, relatando hechos concretos. ¡En Chile, un lugar que sufre por el desequilibrio social, está creciendo la fraternidad! ¡Y esto se comprueba por doquier!

Es ésta fraternidad la que da luz y valor a cuantos han perdido mucho, si no incluso todo. Así escribe desde Constitución – ciudad afectada también por la honda anómala – Gonzalo Espinosa, de 21 años, luego de un encuentro vivido con un grupo de jóvenes que fueron a visitarlo.

“Las pocas horas que viví con ellos me han hecho olvidar todo aquello que viví en esta semana. He visto personas que piden ayuda… he visto el dolor, he visto la furia de la naturaleza que me ha dejado sin casa, el lugar donde había vivido mis 21 años con mi madre y mi abuela…Hoy no tengo nada… Gracias a Dios mi familia está viva. Sufro por los amigos dispersos, algunos están muertos. Levanto la cabeza y sigo luchando por mi familia”.

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