Una siembra que comenzó hace cuatro años. Un barrio, en Santiago, viejo y pobre. Un par de zapatos número 42.Inicia así nuestra aventura, sumergidos en este trozo de mundo marginado de nuestra capital. El primer día, apenas llegamos, toca a la puerta “don Juan”, hombre anciano, pobre y ciego. Es fuerte la sensación de que es Jesús el que llega a darnos la bienvenida para esta nueva experiencia. Poco a poco “don Juan” se vuelve uno de la familia: todos los días nos visita para compartir una taza de té y para contarnos sus bellas historias.

El viernes es en cambio es el día en el cual abrimos las puertas a todos, especialmente a los amigos más necesitados que tratamos de recibir con todo el amor posible, tratando sobre todo de donar los frutos de la presencia espiritual de Jesús que custodiamos entre nosotros, con el amor recíproco.

En la vecina plaza Yungay, donde todos los años organizamos el almuerzo de Navidad con la ayuda de toda la comunidad, un día un amigo sin techo nos pide un par de zapatos número 42. Es inevitable pensar en la experiencia vivida por Chiara Lubich1 años atrás: precisamente como había hecho ella, le pedimos ayuda a Jesús y efectivamente, ¡al día siguiente, llega uno de nosotros – que no sabía nada de esta solicitud – justo con un par de zapatos número 42!

Nos viene espontáneo contar este hecho a Chiara, que en ese momento se encontraba internada en el Hospital Gemelli de Roma. ¡Qué sorpresa recibir, pocos días después, su respuesta, a pesar de su grave estado de salud. Nos daba el nombre que el habíamos pedido para nuestra pequeña casa, escogido propio a la luz de las experiencias vividas hasta ese momento: Casita “Primeros Tiempos”, en alusión al primer focolar. Su carta representó el sello de una nueva etapa para nuestra vida de compromiso evangélico en Chile.

Ya han pasado cuatro años. Hoy en la “casita” viven establemente tres gen, mientras que otros viven por dos semanas, a turno. Nos trasladamos definitivamente justo los días sucesivos al terremoto del 27 de febrero pasado. De ese modo pudimos ponernos en seguida a disposición de nuestros vecinos cuyas casas habían sufrido daños por el sismo.

Las visitas a nuestros amigos necesitados no se quedaron en simples gestos de amistad, sino que ahora con nuestra presencia existe un lugar estable donde podemos donarnos en primera persona, sin recibir quizás gratificaciones materiales, sino donde aprendemos a amar en modo sobrenatural. No ha faltado nunca la ayuda de Dios – a través de muchas personas – en bienes materiales para distribuir, y ha crecido la relación de familia con todos.

Un viernes al mes otros jóvenes adhieren a nuestro proyecto de crear un espacio de fraternidad. Provienen de distintas partes de Santiago y en nuestra casa, por el clima de fraternidad que existe, logran superar las distancias sociales que aún hieren a nuestra sociedad. Es con este amor recíproco construido primero entre nosotros que vamos al encuentro de nuestros amigos necesitados.

(A cargo de Edoardo Zenone – Extraído de la Revista “Gen” – julio-setiembre 2010)

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