Diario de viaje – Primera etapa

«Retomamos el avión. Tres horas de vuelo, 2500 kilómetros, y llegamos a Recife. En las cercanías de esta gran ciudad del Noreste de Brasil se encuentra la ciudadela Santa María del Movimiento de los Focolares, segunda etapa de nuestra aventura. Es allí que los dos grupos, el de San Pablo y el de Recife, se reúnen para los últimos días del proyecto y para hacer un balance del trabajo hecho. A las espaldas de cada uno hay 15 días de intenso trabajo social, en un clima de gran fraternidad, sumergidos en una cultura desconocida, en proyectos distintos, compartiendo día a día la misma maravillosa experiencia con tantas personas del lugar.

Marta, italiana, al final de la experiencia concluye: “En estos día he aprendido que tenemos que ser sencillos, no personas esquematizadas. Donde vivo hay muchos emigrantes… Las personas de aquí, en su sencillez, nos han dado mucho. Ahora veo con otros ojos a los emigrantes de mi país”. Michael, de Alemania, trabajó pintando una casa. Su colega de trabajo, fue un muchacho que “al principio no quería ayudarme. Pero después le sonreí y le puse la brocha en la mano. Cambió de actitud y me ayudó. Aunque si solo habría hecho el trabajo tres veces más rápido, el haber trabajado con él me hizo mucho más feliz”.

Han florecido nuevos propósitos y decisiones, como la de Emmanuel, el paraguayo: “Aquí entendí cómo quiero vivir, qué quiero hacer con mi vida. En mi país hay muchos pobres, ¡pero aquí me desperté!” o la de Lara, de nacionalidad argentina: “Entendí que el idioma del corazón no es el de la razón. Es un idioma distinto que te lleva a superar los límites lingüísticos y las barreras sociales, y pone en juego el alma. Esta aventura de ser de países distintos, con una cultura diversa, y lograr de todas formas construir relaciones verdaderas, me ha hecho creer que el mundo unido es posible, también en lo cotidiano. Participar en este proyecto me ha abierto la mente y el corazón. Me ha permitido descubrir una sociedad que sufre, que tiene muchas necesidades pero también tiene mucho que dar. Vuelvo con muchos deseos de que en mi ciudad pueda surgir un proyecto similar”.

Para alguno ha sido la ocasión de unas vacaciones distintas: “Podía haber elegido entre descansar con mis amigos y venir aquí. ¡Sin duda elegí bien!”, afirma Adriano, de Porto alegre.. Y otra connacional, Sulamita, cuenta: “Cuando llegué a la ‘favela’ fue como si hubiese encontrado mi lugar: un lugar donde podía amar todos los días. Pero en realidad fuimos amados por ellos con gran sinceridad. Regresando a casa quiero transmitir lo que he vivido para que toda esta fuerza que he recibido no muera”.

Viajando tras le huella de la reciprocidad, con un “Gracias”, de los niños de la escuela Santa María, de Recife: “Ha sido una semana muy especial para nosotros”. Hay quien no quiere regresar a su país como Pakot: “Tenía muchos problemas antes de llegar aquí: en casa, con los estudios… En la Isla Santa Teresita descubrí que mis problemas eran demasiado pequeños en comparación con los que estaban viviendo los niños… y me sentí impotente. Durante las dos semanas que pasé en la Isla recibí muchos abrazos, miradas y ahora me siento más fuerte. Si fuera posible me gustaría cambiar la fecha de mi regreso a Rumania…”.

El proyecto GLOCALCITY se realiza con el aporte del programa “Juventud en acción” de la Comisión Europea.

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