“La vida de Christofer me hace recordar la de Chiara Luce”. Lo dijo Francisco de Panamá, quien participó en la beatificación de la joven italiana. Y agregó: “Ambos eran jóvenes, sencillos y con una vida normal, pero buscaban en Dios todas las cosas. Dos jóvenes que donaban a Dios a todos los que encontraban y que, con una sonrisa, te transformaban la vida”.

Christopher Amaya había nacido en Costa Rica. Tenía sólo un año cuando, en 1994, su familia se mudó a Panamá, nación que se convirtió para ellos en su segunda patria.
Sus papás se separaron cuando era todavía pequeño y, a pesar de que la situación lo hacía sufrir, se convirtió en un punto de referencia para ambos. Después de conocer la espiritualidad de los Focolares, comprendió cómo detrás de todo dolor está la presencia de Jesús en el máximo de su sufrimiento, cuando en la Cruz grita el abandono, Christopher entendió que esta situación dolorosa de su familia era “su” especial rostro de Jesús Abandonado.

El Proyecto Dar, dentro de su escuela, fue para él la forma de conocer el Focolar y a su fundadora, Chiara Lubich. Muy pronto se convirtió en un líder de esta actividad que promueve la cultura del dar y los valores de la paz y la solidaridad, y a injertarse con los gen 3. Con Chiara estableció una relación personal, considerándola madre y amiga, una persona en quien confiar para comprender la verdad.  

Un día, mientras vivía un momento difícil en la familia, contó: “Mi madre Chiara me enseñó a perdonar y a amar verdaderamente”. A menudo hablaba de su vida y de sus elecciones con los otros gen, porque sentía que con ellos podía experimentar la presencia de Jesús, según su promesa: “Donde dos o más están reunidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos” (Mt. 18,20). En estos discursos profundos, había contado confidencialmente que sentía que Dios lo llamaba a seguirlo, dejándolo todo.

Christopher participaba activamente en su parroquia
y en los últimos meses se había dado qué hacer para unir las varias realidades juveniles. Muchos muchachos lo recuerdan como uno que tendía puentes entre los varios grupos parroquiales para construir la unidad entre todos.

Este año había sido elegido para participar en la guardia de honor, un privilegio que las escuelas conceden sólo a los mejores alumnos: durante las fiestas patrias lucen la banda tricolor escoltando la bandera de Panamá. Christopher fue asesinado antes de poder participar en los desfiles, pero sus compañeros quisieron que igualmente estuviese presente, llevando una pancarta con su foto y un eslogan contra la violencia.

“Puedo dar testimonio de su sí a Dios -cuanta Sharlin, amiga de Christopher- y asegurarles que amó hasta el último momento, porque, ¿quién de nosotros, con una herida en el pecho, le habría dicho a la mamá “quédate tranquila, no te asustes?”.

Llegaron muchos mensajes de todas partes del mundo para su funeral.
  La mamá comentaba: “Me siento feliz, porque me doy cuenta de que mi hijo fue bueno y que lo que él sembró seguirá en quienes lo conocieron y seguirán el ejemplo de su vida”.

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