Los “medios de comunicación”, además de ser ese maravilloso fenómeno que todos conocemos y que, en cierto modo, caracteriza a nuestra época, están muy cerca y tienen una importancia fundamental en la historia y en la actualidad de nuestro Movimiento, como tuve ocasión de destacar en el discurso que hice en Bangkok, en Tailandia, en enero de 1997, cuando la Universidad St. John’s, me otorgó y, en mí, al Movimiento que represento, el doctorado honoris causa, precisamente en Ciencias de las comunicaciones sociales.

Existe, efectivamente, una doble afinidad entre los medios de comunicación y nosotros que nos obliga a hablar de ellos. Ante todo una afinidad en lo que se refiere a los objetivos.

La finalidad del Movimiento de los Focolares es contribuir a realizar lo que nuestros jóvenes definen como el sueño de un Dios, es decir, la vehemente petición que Cristo hizo al Padre poco antes de morir: “Que todos sean uno”[1].

¿Y cuál es el objetivo de los medios de comunicación? Su vocación colectiva es evidente: también ellos están destinados a acercar a las personas entre sí.

Pero, lo que hace que los medios de comunicación sean tan afines a nosotros no es solamente el objetivo por el que trabaja el Movimiento. Existe una segunda afinidad y tiene que ver con el método: la espiritualidad de la unidad, típica del Movimiento, no se vive sólo en una dimensión personal, sino comunitaria, colectiva. En el desarrollo de los medios de comunicación de masa podemos individualizar un nuevo paso en el proceso evolutivo de la humanidad. Este desarrollo introduce en ella, digamos, una tensión incesante entre la complejidad y la unidad, entre la fragmentación y la búsqueda de la unidad, en tiempo real.

Si examinamos nuestra espiritualidad, comprobamos que, precisamente porque es el camino de la unidad, es un camino de comunión.

En un mundo invadido por el individualismo, en una Iglesia que cultivaba y proponía espiritualidades individuales antiguas, pero siempre admirables, el Espíritu Santo, veinte años antes del Concilio, impulsó a nuestro Movimiento a dar un decisivo viraje hacia los hombres.

No es este el momento de analizar minuciosamente los distintos puntos fundamentales sobre los que se apoya nuestra espiritualidad, pero podemos afirmar que en cada uno de ellos existe un marcado acento comunitario. Es, por lo tanto, un camino colectivo. Vamos a Dios a través del hombre, vamos a Dios junto al hombre, junto a los hermanos que amamos.

Y dado que este amor es recíproco, nos brinda la posibilidad de vivir según el modelo de la Trinidad, llegando a ser uno, como Dios es uno, sin estar nunca solos, como Dios, que es trino. Y Cristo está en medio de nosotros, como prometió: “Donde dos o más están reunidos en mi nombre, allí estoy yo, en medio de ellos”[2].

Con el tiempo, esta espiritualidad se ha manifestado como una espiritualidad para el pueblo. Es el alma de una revolución de amor evangélico, capaz de difundirse rápidamente en el mundo entero. Y no sólo entre católicos, sino también entre cristianos de otras Iglesias, entre fieles de otras religiones, entre hombres de buena voluntad que aspiran a un mundo más unido. Es un fenómeno de fraternidad universal entre millones de personas, presentes en 184 naciones y animadas por una profunda exigencia: “sentirse una cosa sola” entre todos

Esta sed de sentirse unidos ha sido desde siempre una característica nuestra, desde el principio, cuando una densa red de cartas ponía en comunión entre nosotros la acción que Dios comenzaba en nuestras personas, una acción que crecía en la medida en que se compartía. (…)

El Movimiento cuenta con un sito oficial en la red Internet, donde se ofrece una presentación de los contenidos ideales, de la historia, de la difusión de los Focolares, con enlaces a sitos análogos de otras naciones y páginas de noticias actualizadas. (…)

Como dije antes, nuestros “medios de comunicación” nacieron a partir de exigencias concretas, de pequeñas ocasiones, como el deseo de mantenernos en contacto o por la necesidad de poner al día a los que no estaban presentes en un acontecimiento considerado importante por nosotros o por el deber de apoyar espiritualmente a los que atravesaban dificultades.

Durante muchos años no hemos dado publicidad al Movimiento ni a su entusiasmante difusión, y aún hoy la que se hace no surge tanto del Movimiento, sino que más bien es espontánea.

Nuestra preocupación es que todo siga naciendo de la vida, aun estando cada vez más convencidos de que los medios de comunicación, por decir así, están hechos especialmente para nosotros, dada su vocación a la unidad de los pueblos. Por otra parte, recordamos que los primeros cristianos no contaban con estos medios. Contaban con su corazón que desbordaba el mensaje de Cristo, que pasaba de boca en boca, hasta tal punto que, como dijo Tertuliano, aún habiendo nacido ayer, ya habían invadido el mundo. Y Jesús sólo habló, no escribió nada, salvo en la arena.

Si echamos una rápida mirada a la situación actual de los medios de comunicación, no podemos ignorar que, junto al incesante desarrollo, que cada día los hace más útiles y fascinantes, presentan una serie de nuevos y grandes problemas para la sociedad, las familias y las personas. Y, por lo tanto, un panorama, lógicamente, de luces y sombras.

Para citar sólo algunas de ellas: la globalización que homogeneiza las culturas y sofoca las respectivas riquezas; el relativismo ético que mezcla mensajes importantes con otros superficiales o tendenciosos; la espectacularización de la existencia, que instrumentaliza el sufrimiento y la vida privada; el excesivo clima de competición dentro de las estructuras productivas de los medios de comunicación; la intromisión excesiva en la vida de la gente… ¿Cómo usar los medios sin ser manipulados por ellos?

Luces y sombras, decía… Los medios de comunicación hoy o son recibidos sin capacidad de crítica, o son desaprobados por la falta de moral, por la violencia, por la superficialidad que a veces proponen, o son sobrestimados como infalibles instrumentos de poder, casi nuevos ídolos de una humanidad sin otras certezas. Nosotros sabemos que son simples medios, pero queremos apreciar todo “su enorme potencial latente”, según una acertada expresión del Papa[3], queremos e invitamos a todos a hacer un buen uso de ellos, fiel al mensaje profético que contienen.

Este mensaje dice: “unidad”. Y aquí quisiera elevar un gran agradecimiento a Dios porque Él no está ausente, ni siquiera en estos modernos descubrimientos y en las nuevas tecnologías, por el modo como Él conduce la historia.

En efecto, precisamente hoy, en que la humanidad parece vagar en la oscuridad después de la caída de fuertes ideologías y la ofuscación de muchos valores, y por otra parte precisamente ahora en que se aspira a un mundo más unido, se reclama la fraternidad universal, precisamente ahora tenemos en las manos estos poderosos medios de comunicación, un signo de los tiempos que dice “unidad”. Y en todo esto ¿no está quizás presente la mano de Dios?


[1] Jn 17,21.

[2] Mt 18,20.

[3] Juan Pablo II, a un grupo de Obispos polacos, en «La Traccia» 2 (1998), p.159.

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