También a nosotros, como a María, Dios quiere revelarnos lo que ha pensado sobre cada uno de nosotros, quiere hacernos conocer nuestra verdadera identidad. «¿Quieres que yo haga de ti y de tu vida una obra maestra? – pareciera decirnos – Sigue el camino que te indico y te convertirás en quien eres, desde siempre, en mi corazón. Yo, de hecho, desde toda la eternidad, te he pensado y te he amado, he pronunciado tu nombre. Diciéndote mi voluntad  revelo tu verdadero yo».

Entonces, su voluntad no es una imposición que nos coarta, sino la revelación de su amor por nosotros, de su proyecto sobre nosotros; y es sublime como Dios mismo, fascinante y extasiante como su rostro: es Él mismo que se dona. La voluntad de Dios es un hilo de oro, una divina trama que teje toda nuestra vida terrenal y más allá; va de la eternidad a la eternidad: en la mente de Dios antes, después sobre esta Tierra, y finalmente en el Paraíso.

Pero, para que el designio de Dios se cumpla plenamente Dios pide mi consentimiento, y el tuyo, como lo pidió a María. Sólo así se realiza la palabra que ha pronunciado sobre mí, sobre ti. Entonces, también nosotros, como María, estamos llamados a decir:

«He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra».

Ciertamente, su voluntad no siempre nos resulta clara. Como María, también nosotros debemos pedir luz para comprender lo que Dios quiere. Es necesario escuchar bien su voz dentro de nosotros, con plena sinceridad, haciéndonos aconsejar, si es necesario por quien pueda ayudarnos. Pero una vez comprendida su voluntad queremos enseguida decirle: sí. En efecto, si  hemos comprendido que su voluntad es lo más grande y lo más bello que pueda haber en nuestra vida, no nos resignaremos a «deber» hacer la voluntad de Dios, sino que estaremos contentos de «poder» hacer la voluntad de Dios, de poder seguir su proyecto, en modo que se realice lo que Él ha pensado para nosotros. Es lo mejor que podemos hacer, lo más inteligente.

Las palabras de María – «He aquí la sierva del Señor » – son por lo tanto nuestra respuesta de amor al amor de Dios. Éstas nos mantienen siempre orientados a Él, en actitud de escucha, de obediencia, con el único deseo de cumplir su voluntad para ser como Él nos quiere.

A veces, sin embargo, puede parecernos absurdo lo que Él nos pide. Nos parecería mejor hacer de manera distinta, querríamos ser nosotros quienes tomáramos las riendas de nuestra vida. Incluso nos vendría el deseo de darle consejos a  Dios, de decirle nosotros qué hacer y qué no hacer. Pero si creo que Dios es amor y me fío de Él, sé que cuanto predispone en mi vida y en la vida de los que están a mi lado es para mi bien, para el bien de ellos. Entonces me entrego a Él, me abandono con plena confianza a su voluntad y la quiero con todo mi ser, hasta ser uno con ella, sabiendo que acoger su voluntad es acogerlo a Él, abrazarLo, nutrirse de Él.

Debemos creer que nada sucede por casualidad. Ningún acontecimiento gozoso, indiferente o doloroso, ningún encuentro, ninguna situación familiar, del trabajo, de la escuela, ninguna condición de salud física o moral deja de tener sentido. Por el contrario, cada cosa – acontecimientos, situaciones, personas – es portadora de un mensaje de parte de Dios, cada cosa contribuye al cumplimiento del designio de Dios, que descubriremos poco a poco, día tras día, haciendo como María, la voluntad de Dios.

«He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra».

¿Cómo vivir entonces esta Palabra? Nuestro sí a la Palabra de Dios significa concretamente hacer bien, completamente, en cada momento, esa acción que la voluntad de Dios nos pide. Estar totalmente ahí, eliminando cualquier otra cosa, perdiendo pensamientos, deseos, recuerdos, acciones que se refieran a otra cosa.

Frente a cada voluntad de Dios dolorosa, gozosa, indiferente, podemos repetir: «que se cumpla en mí lo que has dicho», o también, como nos ha enseñado Jesús en el «Padre nuestro»: «hágase tu voluntad». Digámoslo antes de cualquiera de nuestras acciones: «que se cumpla», «hágase». Y cumpliremos, momento tras momento, tesela tras tesela, el maravilloso, único e irrepetible mosaico de nuestra vida, que el Señor ha pensado desde siempre para cada uno de nosotros.

Chiara Lubich


Palabra de vida, diciembre 2002, publicada en versión integral Città Nuova, 2002/22, p.7.

Comments are disabled.