Una festiva representación del Movimiento acogió a María Voce y al co-presidente Giancarlo Faletti en el aeropuerto internacional de Toronto. La entrega de un elegante bouquet de flores blancas y amarillas, mientras ondeaba bandera canadiense con la típica hoja roja de acero fue el momento culminante del primer saludo. Después siguieron tantos cálidos abrazos.

Los rasgos tan distintos indicaban que también la comunidad de los Focolares es una copia fiel de la multiétnica y multicultural sociedad canadiense. Aquí viven numerosos inmigrantes provenientes de más de 150 países. Muchos pueblos, todos acogidos por una nación hospitalaria, que en 1976 modificó la ley que limitaba el flujo de países no europeos.

La terrible tragedia de Japón es por lo tanto vivida con una especial participación, precisamente porque muchos hijos del país del “Sol Naciente” viven aquí desde hace muchos años y forman parte integrante de la población. Lo mismo sucede con quienes se ven afectados por acontecimientos tristes en otros países aquí representados por respectivos inmigrantes. Esta acogida manifiesta el auténtico ser del pueblo canadiense, con su 34 millones de habitantes, el 90% de los cuales vive concentrado dentro una franja –de sólo 160 kilómetros- que va a lo largo de la exterminada línea que confina con los Estados Unidos, a pesar de que, con sus 10 millones de kilómetros cuadrados, es el país más extenso después de Rusia.

Hecho de convivencia e integración entre pueblos, razas, culturas y religiones diferentes, Canadá se presenta inevitablemente como un respetable laboratorio, al que miran cada vez más países investidos por consistentes flujos migratorios alimentados por la miseria, la guerra y los regímenes dictatoriales.

Con sus casi cinco millones de habitantes pertenecientes a más de cien grupos étnicos la cosmopolita Toronto constituye un óptimo lugar de aterrizaje para tener un primer acercamiento con Canadá. La presidente María Voce la recorrió al día siguiente antes de dirigirse hacia un espectáculo natural de indudable encanto, a sólo 140 kilómetros de la ciudad: las cataratas del Niágara, admiradas en una jornada de cálida luz.

«Es una nación que definiría como serena, según mi primera impresión –comentó la sucesora de la fundadora Chiara Lubich, desaparecida el 14 de marzo de 2008-. Los vastos espacios, explanadas interminables, la naturaleza fascinante, la cordialidad de la gente, la convivencia de las diversidades han conformado un país que expresa un radicado sentido de paz».

Los católicos canadienses son alrededor de 13 millones, un poco más del 43% de la población, pero existe un acelerado proceso de la secularización que tiende a desterrar la religión y todos sus símbolos del espacio público, a producir intolerancia en los medios de comunicación y a hacer que se vuelva difícil la relación entre Iglesia y Estado.

En este contexto en radical transformación se injerta a presencia del Movimiento de los Focolares y del Carisma de la Unidad. En 1961 hicieron una escala–justo hace 50 años- Silvana Veronesi, una de las compañeras de los inicios de Chiara, y Gió Vernuccio, quienes se encontraron con un pequeño grupo de personas. Pero fue en 1964 que inició la comunidad focolarina, sostenida en 1967 por la llegada del focolar femenino y dos años después por el masculino.

Son estos los inicios. Muy bien conocidos por la comunidad canadiense, que espera encontrarse en los próximos días con María Voce y Giancarlo Faletti.

Por el enviado Paolo Lòriga

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