Son las diez y media cuando bajo de la escalera mecánica del metro de la Estación Central. Abajo de las escaleras hay un hombre que está ondeando un pedazo de papel. Pero todos tienen prisa y no le hacen caso.

 Me detengo. Le hago señas para que me siga. Vamos a la plataforma. Descubro que va en mi misma dirección. Con él están su esposa, dos hijas y un hijo. No están acostumbrados a las bandas móviles y la mujer casi se cae. Cuando descubro que sólo Sabri, el hijo de 10 años, habla sueco, decido acompañarlos hasta el final.

 Pero no es tan fácil, porque cuando bajamos en la estación terminal saca otros papeles… El primero de la estación era para el metro, después tiene otro papel con la dirección del Consejo para la migración que está cinco estaciones atrás. Volvemos allí. En la estación del metro pregunto si pueden pagar el autobús. Todavía otro papel, una carta y un boleto electrónico para el tren. Nada de dinero. La carta explica que su destino no es el servicio de migración, sino una oficina legal que está del otro lado de la ciudad.

 Ya tengo media hora de atraso para la reunión. Llamo a la oficina legal. Decidimos que tienen que tomar un taxi porque después seguramente la oficina legal va a rembolsar el importe. El taxi es demasiado pequeño para llevarnos a todos, así que me despido. Cinco personas agradecidas me saludan cordialmente.

 Me quedo sorprendido, cuando algunos amigos me dicen que fui muy gentil. Llegué incluso a pagar el taxi… Ciertamente, tuve que superarme para hacer todo el viaje con ellos, perdí buena parte de la clase que habría tenido, y no estoy seguro que me devuelvan el dinero. ¿Pero no me habría sentido feliz de haber sido ayudado si me hubiese sucedido algo similar en un país extranjero? La alegría que sentí después, y cada vez que lo cuento, es un regalo más grande.

 Patrick – Suecia

Fuente: www.focolare.se

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