«Dios me ama – Dios me llama», era el slogan impreso en los gafetes que identificaban a los jóvenes presentes en Loppiano (Italia), del 14 al 19 de marzo pasados. Un slogan que ponía en evidencia el objetivo de esos días: profundizar en la vocación del focolarino, llamado por Dios a convertirse en “apóstol de la unidad” –según una bella expresión usada por Juan Pablo II- y a seguir a Jesús en vista de la realización de su oración al Padre: “Que todos sean Uno” (Jn. 17, 21).

Los treinta y tres jóvenes presentes, provenían de varias partes del mundo: había quien era estudiante, quien obrero, quien empresario… Pero todos con el único deseo de posponer todo por Dios, renunciando también a formarse una familia propia, para lanzarse en la aventura de construir la unidad de la familia humana.

Fueron muchas las impresiones recogidas en esos días, como las de André y Jonás de Brasil: el primero –quien acaba de concluir una maestría en Historia- subrayaba que había “dejado cosas muy bellas para encontrar aquí otras todavía más bellas”; Jonás, quien en cambio es piloto de una línea aérea, decía: “Me queda la certeza del llamado de Dios por la fuerte experiencia espiritual vivida”. De hecho a menudo la presencia del Resucitado en medio de la comunidad es el amplificador de la voz de Dios que se hace sentir en el corazón.

Stefano, en cambio es un ingeniero romano. Él subraya la intensidad de esos días: “Me llevo a casa la relación con cada uno de ustedes. He entendido que Jesús Abandonado es la esencia de nuestra vocación”. Haciendo referencia a un punto central de la espiritualidad de los focolarinos: Jesús que en la cruz muere por todos y siente el abandono del Padre, asumiendo en sí todos los dolores y los abandonos del hombre. Los focolarinos lo eligen como modelo de donación y raíz de su elección de vida. Renzo, también él italiano, de Bari, agrega con un rostro radiante: “Me llevo a casa la extraordinaria belleza de la vida del focolar”.

Jayen es periodista en Filipinas. Él afirma que en Loppiano aprendió “a reconocer en los dolores y en las dificultades un rostro de Jesús Abandonado”. Y todavía Antony, un estudiante keniata, apuesta decidido: “Apuntar a lo alto: ésta es la vocación del focolarino, la mía, la nuestra”.

Como conclusión de esos días, que ninguno de ellos podrá olvidar, escribieron a María Voce, presidente de los Focolares:

“Ha sido Jesús quien nos ha guiado cada vez más profundamente en nuestra vocación, para llevarnos a una nueva intimidad con Él… Le hemos pedido que nos ayude a serle fieles siempre”. Y afirmaron su compromiso de querer vivir esta “divina aventura tratando de imitar la transparencia de María Santísima, quien nunca pensó en sí misma sino sólo en Dios”, modelo perfecto del cristiano de hoy y de siempre.

He aquí algunas imágenes de los momentos más significativos de estos días, que hablan más que las palabras.

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A cargo del Centro de los Focolarinos

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