Es bajo el signo de la vitalidad que se desarrolla el viaje a Hungría de María Voce y Giancarlo Faletti. La primera etapa es con los sacerdotes en contacto con el Movimiento de los Focolares. Muchos de ellos han traído y difundido aquí su espíritu y hoy hablan de su compromiso de reconstruir la Iglesia, su servicio como párrocos, directores de seminarios, vicarios generales, su papel a nivel de la docencia o en distintos encargos diocesanos, la relación sencilla con la gente que suscita la comunidad, atrae a los jóvenes, acompaña a quien no tiene una referencia religiosa. Pero, además de las actividades, donan a los presentes su vida de comunión que sostiene y alimenta todo.

En la tarde del primer día tiene lugar un encuentro con los dirigentes de las distintas ramificaciones en las que se articula el Movimiento en Hungría. Las familias llevan los frutos de un compromiso en todo sentido con parejas jóvenes, novios, divorciados, otras familias de distintas edades; los responsables del Movimiento Humanidad Nueva, expresión social de los Focolares, apasionan a todos con sus iniciativas en el mundo de la sanidad y de la economía, de la política y de la pedagogía y del deporte; laicos y sacerdotes hablan de la renovación en acto en muchas parroquias de las 13 diócesis del país.

El diálogo es abierto y toca muchos aspectos. El equilibrio entre la dimensión local y universal: “Si el impulso a realizar el testamento de Jesús ‘Que todos sean uno’, nació en una pequeña ciudad en Trento y a partir de allí asumió las dimensiones del mundo –recuerda María Voce-, quiere decir que interesarnos por un particular es una escuela de amor que después permite ampliar la mirada más allá. Tener un corazón ensanchado sobre la fraternidad universal no significa no ocuparse de lo particular”. Inversamente, subraya más adelante, “sentimos el impulso a salir de nuestros confines. No podemos desinteresarnos de la gran familia del Movimiento esparcida en el mundo, tratemos de hacerlo con todos los medios”.

La pregunta de una gen 2 sobre los varios estímulos también de carácter espiritual a los que hay que dar una respuesta, da la presidente la ocasión para recordar una de las consignas que Chiara Lubich sentía fuertemente de dejar a los suyos: “Deja a quien te seguirá sólo el Evangelio, nada más que el Evangelio”. Todo el resto es un instrumento que ayuda a concretar el Evangelio, explica, pero “la cosa más importante es vivir la palabra de Dios. Preguntarse siempre cómo viviría Jesús”.

En el encuentro de los dirigentes, así como al día siguiente durante el de los focolarinos y las focolarinas que viven en Hungría, no faltaron preguntas sobre cómo mejorar las relaciones interpersonales en distintos niveles, interrogantes lícitos para quien se ha decidido por una espiritualidad colectiva. El leit motiv es el de un amor más grande que exige el máximo de sí mismos, un amor libre del perfeccionismo o del deseo de alcanzar ciertos resultados, que siempre sea capaz de ir más allá de la natural diversidad entre hombres y mujeres, entre grandes y pequeños, entre quien se ocupa de un aspecto o de otro. Un amor que genera, que pone en juego la propia vida hasta “dejar vivir a Jesús en nosotros”. “Yo he sido creada como un don para quien me está cerca y quien me está cerca ha sido creado como un don de Dios para mí”, repetía con convicción Chiara Lubich. María Voce lo subraya a los presentes recordando el modelo en el que Chiara se inspiraba: “La familia de Nazaret, o, todavía más, la vida de la Trinidad”. El máximo de la relación, del amor, modelos audaces pero no inimitables. La experiencia lo demuestra.

De la enviada Aurora Nicosia

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