No está en el lugar de más tráfico de los 650 participantes en la Asamblea de la Economía de Comunión, pero es el stand más visitado durante los intervalos de trabajo. Se venden carteras de mujer, chaquetas y accesorios para dama. El éxito está a la vista de todos. La línea de los productos artesanales son una mezcla de calidad y diseño moderno, con un bien logrado toque de originalidad, resulta única también la proveniencia de la materia prima utilizada: manteados de camiones que ya no se usan y retazos de cuero y jeans que no sirven para otras cosas, recuperados porque ecológicamente son compatibles. Pero la principal característica de la empresa es que son chicos y chicas menores o mayores de edad desde hace poco, que viven en situaciones difíciles.
La marca de fábrica “De la calle” explica perfectamente la iniciativa empresarial que el pasado abril abrió su sede en el polígono empresarial Spartaco, a cinco kilómetros de la Mariápolis Ginetta. Conociendo sus orígenes, parece más una apuesta que una realidad productiva, pero viendo las decenas de chicos y chicas a la obra y escuchando las motivaciones que los impulsan se entiende la bondad de los resultados productivos que le dan garantía al futuro de la empresa.
Los jóvenes trabajadores provienen en su mayoría de uno de los barrios donde la pobreza es evidente, el barrio Jardín Margarida, en Vargem Grande Paulista, a 30 kilómetros al Sur de Sao Pablo. «La nuestra es más que una empresa. Entre nosotros nos ayudamos, porque el nuestro es un trabajo en equipo, pero también porque hay un clima de familia. Todos los días empezamos con la Palabra de vida sacada del Evangelio y ella nos ayuda a superar las dificultades». Divani tiene 18 años, llegó aquí después de un año de formación profesional en una fábrica en el Nordeste, en Recife, en la empresa madre ligada a los principios de la Economía de Comunión.
Detrás de la empresa está la dulzura y la determinación de João Bosco Lima de Santana, un empresario que fue a Italia a especializarse en la producción de carteras y después regresó a su patria para montar una actividad productiva. Siendo joven había encontrado la espiritualidad de los Focolares y quedó impresionado por la propuesta de Chiara Lubich de “morir por la propia gente”.
Después la vida lo llevó por otros caminos. Pero cuando conoció al Padre Renato y su casa para los muchachos, que recoge jóvenes y niños de la calle, se consolidó su deseo: «Poner a disposición sus competencias y la vida para dar a los jóvenes una profesión. Educar al trabajo es una forma de desarrollo y hemos constatado que el amor vivido por una gran causa es capaz de renovar las cosas, ideas y personas que vienen de la calle».
Es sobre la base de esta verificación cotidiana que João Bosco puede afirmar con credibilidad que «aquí en la empresa el primer lugar lo tienen ellos, los jóvenes, su formación, no la produccióna pesar de que apuntamos a la calidad». Una paradoja en la lógica empresarial, pero que da sus frutos. Desde Costa de Marfil llegó la solicitud de aprender esta actividad productiva para encaminarla en el lugar, mientras que mediante los Jóvenes por un mundo unido, a través de la cooperativa Equiverso, empezó la exportación de carteras a Italia. Las pequeñas multinacionales de la EdC crecen.
Del enviado Paolo Lòriga