Como todas las focolarinas, Lina Velásquez vive en un “focolar”, es decir el corazón de la comunidad. Son 6 en la periferia de Ciudad de Guatemala. También en su país, los distintos pueblos y grupos étnicos han atravesado graves conflictos con mucho dolor y a veces graves discriminaciones.

¿Qué es para ti vivir con otras focolarinas –una guatemalteca ladina, una focolarina guatemalteca de otra etnia, una nicaragüense, una mexicana y una salvadoreña- un pequeño mundo en miniatura…? ¿Qué es lo que favorece la inculturación entre ustedes?

El amor entre nosotros, con la medida del amor que ha dado Jesús, es decir hasta estar dispuestas a dar la vida la una por la otra, en las pequeñas cosas cotidianas: a veces por amor es mejor callar, otras es mejor decir lo que tenemos en el corazón. Me ayuda mucho entender que la otra es distinta a mí y que puedo aprender de todos, ser una persona que ama y no “una indígena” que quiere que los otros la entiendan. La inculturación entre nosotros es un testimonio para quienes nos conocen y un aporte para eliminar discriminaciones. Siento que soy afortunada por tener un ideal que nos une y nos enriquece recíprocamente.

  • ¿Qué trabajo desempeñas?

Soy maestra en una escuela donde hay niños “ladinos” e “indígenas”. Esto me ayuda a amar a todos sin distinción, sin prejuicios, sin temor por ser quien soy.

Cada día se lanza el dado del amor”. Es un instrumento muy original y educativo que usamos con los niños: en sus caras están escritas seis frases, tales como: amar a todos, amar al enemigo, amarnos recíprocamente, hacernos uno, ser los primeros en amar y ver a Jesús en cada prójimo. Todos juntos nos esforzamos en vivir un lado a la vez. También para mí es una gran ayuda porque, cuando no lo hago, los niños me preguntan: ¿por qué lo dice, pero no lo vive?

Una mañana en el dado salió “amar al enemigo”. Precisamente ese día el papá de un niño me gritó diciéndome una serie de cosas que eran injustas. Lo escuché y dentro de mí le pedí a Jesús que me ayudara a perdonar y a ver al “enemigo” con otra mirada, aunque me costaba.

Al día siguiente llegó ese papá y yo lo saludé con una linda sonrisa. Quedó sorprendido, se acercó y me dijo: “Realmente le pido disculpas de corazón, hoy entendí que eres una cristiana auténtica, capaz de entenderme”. A partir de entonces su actitud cambió.

Algunos padres que no me conocen, sobre todo si estoy vestida con mi traje tradicional, piensan que soy la conserje y no dejan que los niños me saluden o me abracen. Pero los niños están aprendiendo a amar a todos, también a mí, y llevan a su casa este descubrimiento. Es una liberación que quisiera que experimentaran todos los “indígenas” que no usan el traje tradicional y ocultan su origen.

Me siento feliz de trabajar en esta escuela porque siento que puedo ayudar a formar personas nuevas capaces de amar sin prejuicios, porque se sienten hijos de Dios, y experimentar juntos que cada cultura tiene una gran riqueza que dar a las otras.

  • Tu idioma es el Kaqchikel. ¿Es una lengua que todavía se usa?

Mis padres no hablaban en Kaqchikel, pero mis abuelos sí, porque nunca aprendieron bien el español. La mayoría de las personas de mi comunidad lo hablan entre ellas, pero nunca en la ciudad porque se avergüenzan. Ahora con la reforma educativa que hay en Guatemala, los jóvenes han empezado a valorar el idioma y también la riquísima cultura indígena. Yo estoy sacando una Maestría para conocerla bien y hacer comprender a mi gente que los valores que yo vivo pueden ser un don. Entendí que la espiritualidad de la unidad debe llegar a mi pueblo en mi idioma, para que la entiendan mejor.

A cargo de SSA

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