[…] Masas de jóvenes se reúnen para recuperar el valor de la vida, que es la religión, y encuentran gracias a su colaboración la energía para renacer de las acciones ordinarias, sociales, amenazadas por múltiples aberraciones, como el uso homicida de la energía nuclear, las tiranías y las guerras, la droga y la práctica de la pornografía.

Se dirá que la nueva conciencia de los jóvenes se queda enredada en corpúsculos, que reducen la fe a un relicario de ideologías cargadas con programas de violencia, forma típica de la exteriorización de la fuerza, bajo la presión de la superficialidad. Pero a pesar de estos corpúsculos que son un revoltijo de política y anarquía se puede conocer la sustancia de la fe con tan sólo observar el comportamiento de los obispos en los países donde está amenazada la libertad, en la vida misma; de creyentes serenos y fuertes que están promoviendo una reacción basada en sus convicciones, después de que la lujuria y el terror de gobernantes violentos y cobardes han ofrecido la demostración más potente de que, sin la fe en Dios, no se vive: se muere. Se muere espiritualmente y a menudo también físicamente, como se puede ver con angustia en los países del tercer mundo.

La tarea de la evangelización radica por lo tanto en implantar a Dios en el alma […] Si Él es todo, también las acciones de nuestra existencia, a favor de los hermanos y no de nosotros mismos, manifestarán toda su inspiración.

[…] La jornada entonces ya no estará hecha solo de acción laboral y de relaciones humanas y de culto hacia la propia persona; sino que se verá enriquecida por una vida íntima más alta, la del espíritu, de la que proviene una dignidad comparable a la libertad que nos garantiza el ser hijos del Omnipotente. Toda la jornada será una íntima presencia Suya, que nos da fuerza en las pruebas, alegría en medio del esfuerzo. De ella nace una evangelización espontánea, de la que tiene necesidad gran parte de la sociedad, la cual no es atea, pero no conoce el Evangelio.

[…] También la existencia del cristiano es vista por él, como quizás también por la mayoría, como una existencia exterior, para ganar, crecer, aprender, divertirse y quizás también para realizar alguna acción interior para desarrollar las virtudes y acercarse a Dios. Pero en la medida que él advierte la necesidad de encauzar todas las acciones de la jornada a la relación con Dios, y por lo tanto de realizarlas en forma distinta, prosiguiendo la encarnación de Cristo, en esa medida él vivirá.

Cada uno, incluso la última criatura enferma, miserable, impotente, puede dar sanidad, enriquecer la humanidad, darle fuerza a los hermanos. Así nada se desperdicia: todo pensamiento, toda palabra, toda acción, dentro de esta perspectiva de la vida creada por Dios, sirve como materia prima para la construcción de Su Reino; y así toda la jornada asume un valor sacerdotal, la vida del hombre asocia las necesidades de la tierra a la vida del cielo.

[…] La interiorización del cristianismo en el alma moderna es por lo tanto, no tanto un problema de reformas institucionales […] cuanto un problema de “metanoia” es decir de continuo renacimiento cotidiano en la medida que se penetra el misterio de Dios, donde el alma está sumergida en su potencia que es el amor.

Città Nuova, n.13, 10/07/1977, p.29.

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