Queridísimos jóvenes

En esta primera parte, debemos llevar a cabo una tarea que nos dio la Iglesia, es decir, profundizar el tema que caracteriza esta Jornada, y presentar nuestro Movimiento, al menos su sector juvenil, a quien no lo conociera.

Profundizar el tema, ‑y ya lo escucharon mencionar en las canciones‑ que dice así: han recibido un espíritu de hijos» (Rom. 8, 15); y además presentar el Movimiento.

El carisma del Movimiento de los Focolares, de hecho, consiste fundamentalmente en esto: despierta en los corazones una conciencia nueva de la realidad de ser hijos de Dios, y de serlo hoy, según los planes que El tiene pensados para nuestro tiempo. «Han, nos repite este carisma, han recibido un espíritu de hijos».

Recordemos el inicio del Movimiento. En el marco de la segunda guerra mundial, que sembraba por doquier destrucción completa, aquí está, por decirlo así, la gran revelación que el Espíritu ofreció a nuestro espíritu: Resplandece sobre vuestras cabezas un sol radiante: es Dios, Dios que es Amor, Dios que los ama inmensamente, que tiene contados incluso los cabellos de vuestra cabeza… El es el Padre y ustedes son sus hijos.

Y una fe formidable en Dios que nos ama entró, desde ese momento, en el alma de los primeros miembros del Movimiento. Fe que después, cuantos en los años siguientes se fueron agregando, sintieron también ellos irrumpir con fuerza en sus corazones.

Fe que les dio la fuerza de arriesgarlo todo en la vida con tal de ser fieles a esta extraordinaria vocación: comportarse como hijos de Dios. Llevar una vida en unión con el propio Padre del Cielo; ver en Dios Padre, en Dios Amor, el Ideal de la propia vida.

El está por encima de todos sus pensamientos y El ocupa el primer lugar en sus corazones.

Y haciendo así, todas sus aspiraciones fueron satisfechas completamente.

Con El encontraron la plenitud de la alegría, la felicidad, aquella felicidad que hoy los jóvenes de todas las latitudes anhelan como ideal, pero que raramente alcanzan porque la buscan, muchas veces, en el afán de poseer, en el tener más que en el ser, la buscan en las diversiones o en simples metas terrenas.

Nuestros jóvenes tratan de aspirar a mucho más y lo que otros piensan no alcanzar, ellos confían en hacerlo y trabajan para conseguirlo. Pueden dar testimonio al mundo entero (y quieren darlo, antes que nada, a sus coetáneos, como ustedes) que, porque viven como hijos de Dios, poseen el talento por excelencia, una fuerza interior superior, una nueva confianza, que los ayuda a ver accesibles las metas a las que los jóvenes hoy aspiran.

Además nuestros jóvenes, sabiendo que Dios no sólo es creador del universo y de sus personas, sino que está presente y conduce la historia, están convencidos de que El tiene también proyectos maravillosos para cada uno de ellos.

Entonces, mientras que los jóvenes de hoy, en su mayoría, únicamente piensan en un futuro inmediato, toman decisiones a corto plazo y posponen las opciones más serias, nuestros jóvenes programan sus vidas, pero no siguiendo únicamente sus propios criterios. Tratan, en cambio, de armonizar su actuación personal con la intervención de la providencia de Dios en el mundo; por consiguiente, se sintonizan con su divina voluntad y la viven plenamente, conscientes de haber emprendido junto a los demás una divina y maravillosa aventura.

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