Una carretera peligrosa, una curva que no tiene mucha visibilidad, y los automovilistas siempre a excesiva velocidad: un cóctel mortal que pone en riesgo la vida de los peatones. Hasta que alguien se decide, por el bien de la comunidad, a hacerse cargo de la situación.

Luisa Busato – Venecia, Italia.

Vivo en una carretera lateral, en Martellago, provincia de Venecia.
Cruzar esta carretera nacional es muy peligroso, por la poca visibilidad del paso de peatones y la alta velocidad de los automóviles.

Las señales que indican los límites de velocidad y el paso peatonal no se tienen muy en cuenta y las consecuencias son frenadas buscas de los que paran para dejar pasar a los peatones, casi siempre niños y ancianos, y adelantamientos muy arriesgados.

Tiempo atrás, había comunicado este problema a un consejero municipal, sin ningún resultado, otros habían recogido firmas y las habían entregado a la policía de tráfico; pero no obtuvieron respuesta alguna.

Más de una vez hemos visto a nuestros hijos casi “bajo las ruedas” por lo que, después de haber estado a punto, por enésima vez, de que se produjera una tragedia, sentí la responsabilidad de contribuir personalmente a resolver un problema que afectaba a todos, y hablé con algunos padres de mi calle y de las calles vecinas.

Junto a uno de éstos, muy preocupado por el peligro cotidiano, pensamos escribir una carta al alcalde. Para dar más peso e importancia al asunto, decidimos que la firmaran también otros ciudadanos. Al redactar el texto de la carta, tratamos de poner de relieve la gravedad de la situación, pero sin acusar a nadie, indicando posibles soluciones y recordando las iniciativas positivas, como la de organizar un “Pedibús” y la utilización de la bicicleta en la ciudad, que el propio ayuntamiento había emprendido para limitar el uso del coche y contaminar menos.

Durante la recogida de firmas, también hubo algunos que la rechazaron, diciendo que ya era la enésima recogida y que no resolvería nada. Pero, en general, tanto la redacción de la carta como la recogida de firmas fueron ocasión para construir muy buenas relaciones con los  vecinos y los padres. Todos nos sentimos más responsables y activos buscando juntos la solución a un problema, trabajando “para” y no “contra”.

Compartí lo que estaba viviendo con aquellos amigos que, como yo, tratan de vivir por la fraternidad en sus ciudades y pueblos y así  encontré fuerza y ánimo para seguir adelante.

Fuimos al ayuntamiento para hablar con el alcalde y entregarle la carta con las firmas.

Un estrecho colaborador suyo nos advirtió que el alcalde no recibiría de buen grado, como siempre, la recogida de firmas y así fue. Al comenzar el encuentro, el “primer ciudadano” nos expresó toda su contrariedad por aquellas firmas. En ese momento, me atreví y le dije: “Señor alcalde, lea bien el texto de nuestra petición”.

Él leyó, comprendió nuestras intenciones y se calmó. Y así comenzó un diálogo, gracias al cual se pusieron de relieve algunas posibles soluciones, aunque todas ellas resultaban demasiado caras e irrealizables.

En aquel momento, tuve una idea: en otra carretera de nuestro municipio, se había instalado un detector de velocidad  iluminado, que parpadeaba cuando se sobrepasaban los 50 Km. por hora y los pasos peatonales estaban señalizados en rojo.

Así que le propuse esta posibilidad. El alcalde acogió la propuesta inmediatamente, diciéndonos que tenía un detector almacenado y que no sería un problema señalar los pasos peatonales en rojo. El sábado siguiente, nos volvimos a encontrar con el alcalde quien, muy orgulloso, nos enseñó el proyecto y, un mes más tarde, comenzaron los trabajos en aquella carretera.

Esta experiencia me hizo comprender la belleza y la fuerza de vivir juntos por la fraternidad, poniéndose, por amor, al servicio de la propia ciudad, del propio pueblo.

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