Lanzados al infinito[1]
Los santos son grandes
porque, habiendo visto en el Señor
su propia grandeza,
se juegan por Dios, como hijos suyos,
todo lo que tienen.
Dan sin pedir nada a cambio.
Dan la vida, el alma, la alegría,
todo vínculo terreno, toda riqueza.
Libres y solos, lanzados al infinito
esperan que el amor los introduzca
en Reinos eternos;
pero, ya en esta vida
sienten llenarse el corazón de amor,
del verdadero amor, del único amor
que sacia, que consuela,
de ese amor que traspasa los párpados del alma
y da lágrimas nuevas.
¡Ah! Ningún hombre sabe lo que es un santo.
Ha dado y ahora recibe;
y un flujo continuo pasa entre Cielo y tierra,
une la tierra al Cielo y fluye del abismo
ebriedad única, linfa celestial,
que no se detiene en el santo,
sino que pasa a los cansados, los mortales,
los ciegos y paralíticos del alma,
y poda y riega, alivia, atrae y salva.
Si quieres conocer el amor, pregúntaselo al santo.
Chiara Lubich
[1] Chiara Lubich, “La doctrina espiritual”, Ciudad Nueva 2005, pag. 156-157