Jesús, resucitando de la muerte, apareció a las mujeres, venidas al sepulcro y les dijo: «No teman, vayan y anuncien a mis hermanos…». En el momento conclusivo, les dio a los discípulos el nombre de hermanos. Así como se presentó entonces, se presenta todavía ahora, como hermano: el primogénito. Resucitando había vencido la muerte y recuperado la fraternidad. Había venido a la tierra para restablecer la paternidad del Padre; había bajado al infierno para vencer al enemigo de los hombres; ahora declaraba la reconstruida fraternidad de los hijos, de la familia de Dios.

El mundo de hoy está dominado por el temor y por el egoísmo. Y ¿cuál es el resultado? (…) La humanidad sufre porque entre pueblo y pueblo, clase y clase, individuo e individuo, la vida no circula, o circula sin rumbo: y vida son las riquezas y la religión, la ciencia y la técnica, la filosofía y el arte… Pero a su vez filosofía y arte y técnica y ciencia y bienes económicos no circulan si el amor no les da el impulso, no abre de par en par los caminos y no supera las divisiones. La religión misma ha de ser liberada, redimida, a cada momento, de las incrustaciones, limitaciones y fracturas causadas por las culpas de los redimidos.
La circulación de los bienes no ocurre cuando y como debería ocurrir, porque los hombres ya no se reconocen hermanos, es decir, no se aman.

El hombre que nos molesta en el tranvía: que pasa desdeñoso o distraído o enigmático a nuestro lado, por la acera; ese hombre que explotamos en la oficina y en el campo o en el banquillo de la justicia o de la moneda, no lo vemos como a un hermano. El hombre que rechazamos, porque es de otra clase o de otro credo, no lo consideramos hijo de nuestro Padre: al máximo parecerá hijo ilegítimo, digno de lástima. El hombre al que le disparamos en la guerra o que nos dispara, no nos parece hermano: lo consideramos un artefacto homicida. La criatura, que traficamos para nuestra lujuria, no vive como nuestra hermana: es carne en venta, y vale menos que el dinero con que se paga. Desde esta perspectiva, la sociedad se parece a un leprosario, o una segregación celular.

Toda división, toda discordia es una barrera para el amor: y el amor es Dios, y Dios es la vida. Y si no pasa la vida, se estanca la muerte.

(…) Si Dios fuese exclusivamente Fuerza, Honor, Temor, se habría quedado solo; no habría generado un Hijo, ni suscitado una creación. Se habría encerrado en sí mismo, no se abría abierto. Pero el amor es trinitario: es un círculo: Padre, Hijo, Espíritu Santo. (…) La Trinidad es Tres y es Uno: Tres que se aman forman el Uno; Uno que se distingue en Tres para amar. Infinito juego de amor. A imagen y semejanza de la Trinidad, también las criaturas racionales descubren en el amor un impulso para generar otra vida. (…) El amor es la expresión de Dios hacia la creación: y es el regreso del Yo a Dios mediante el hermano.

[…] Este movimiento es circular: un partir de la fuente y un regresar a la desembocadura.

Se va a Dios si está el Hermano, se va al Hermano si está Dios: yo estoy si está Dios y si está el Hermano: sin ellos no tendría razón de ser, desde el momento que mi razón de ser es amar.

[…] Cristo volvió a poner en circulación todos los tesoros de la vida, en el cauce del amor, mediante el cual se transmite el calor, la luz, la inteligencia, para volvernos a abrir el camino que lleva a la unidad, donde está Dios.

Esto lo obtuvo viniendo entre nosotros, habitando entre nosotros, haciéndose de los nuestros, hasta que murió para redimirnos. La Redención, así como nos ha liberado de las divisiones, nos ha reunido con Dios. Cristo ha vuelto a poner a Dios en nosotros. Por ello nos mandó que nos amaramos: que donde está el amor, allí está Dios «Dios es amor: y quien está en el amor, está en Dios y Dios en él» (l Jn. 4, 16).

Il Fratello, Città Nuova, 2011, pp.29-30, 34, 36, 37-38.

Comments are disabled.