Orgosolo es una ciudad que está en el corazón de Cerdeña muy conocida por los murales que denuncian en las paredes de las casas los problemas, las expectativas, las esperanzas de un pueblo que vive básicamente de la agricultura y la ganadería; un pueblo que conoce lo que es el temor debido a hechos ligados al vandalismo, muy difundido en esa zona.

En dicha ciudad, la madrugada del 24 de diciembre de 1998, fue asesinado el padre Graziano Muntoni. Un sólo disparo al pecho, el dolor turba a la comunidad.

Aun en medio de la rabia y de la comprensible desconcierto, la gente del lugar intuye que no puede limitarse a condenar, sino que siente que tiene que hacer algo más. Pero ¿qué se hace en una situación así? La comunidad empieza a reflexionar sobre las Palabras del Evangelio que invitan a pedir unidos al Padre cualquier cosa. Nace la idea de darse cita todas las noches, en distintos lugares, para invocar a Dios la paz para su tierra con la misma oración: es la Hora de la paz. La cosa es más compleja de lo previsto, porque la paz hay que generarla, custodiarla, requiere el compromiso de vivir por la fraternidad con cada uno y todos los días.
Con esta conciencia se ponen en acción las más variadas iniciativas para difundir la propuesta de la Hora de la paz entre la mayor cantidad de gente posible, también entre los muchachos de las escuelas y de los colegios con ocasión de sus congresos. Se participa también en una transmisión televisiva en el principal canal nacional.

La Hora de la paz lleva a la ciudad una nueva esperanza, muchas personas se reconcilian después de años de tensiones; como G., una señora que una vez nos dijo: “Tengo que encontrar la fuerza de perdonar a quien mató a mis dos hijos y metió en la cárcel a otros dos”.
Después, en el siguiente encuentro, la misma G. cuenta: “Perdoné, la oración de la Hora de la paz que vivimos quitó el odio de mi corazón. Durante la Misa me acerqué a una persona enemiga y le di la mano».

A partir de entonces también otros han encontrado la fuerza de perdonar cosas igualmente graves, y son actitudes para nada banales: como la de Ana a quien en el 2008 le raptaron y mataron un hijo, y que está volviendo a vivir, a trabajar, más serena y pacificada a pesar de la tragedia, y también cuando supo que había un sospechoso del homicidio de su hijo, no pidió para él un castigo, sino un auténtico encuentro con Dios.

La elección de la fraternidad lleva a hacer nuestro ese abismo de dolor en el que vive parte de nuestra gente y nos lleva a asumir la responsabilidad ante lo que proponemos, también delante de las instituciones. De allí que una instituto de formación docente, elaboró, a partir de nuestra experiencia, un proyecto a favor de la cultura de paz y del perdón entre los muchachos, un proyecto cuyos resultados serán recogidos en un volumen que se someterá a la consideración de las Naciones Unidas.

Nuestros esfuerzos por construir la paz, también allí donde parece casi imposible, están dando resultados concretos que le devuelven un nuevo rostro a nuestras ciudades.

De la comunidad de los Focolares de Orgosolo (Nuoro)-Italia

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