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“Amar, entonces, amar, amar, amar. Porque la vida, cada vida, en cada etapa de la vida, pide amor. A la cultura de la muerte tenemos que oponer una cultura de la vida”. Así declaraba Chiara Lubich en aquel polideportivo de Florencia donde el 17 de mayo de 1986, junto a la  Madre Teresa de Calcuta, había sido llamada a dar su testimonio en la jornada “Cada vida pide amor”.

Aún hoy se recuerda el “derecho a la vida” como el primero y fundamental entre todos los derechos humanos, inclusive a través del premio europeo del Movimiento pro vida, dedicado a la  Madre Teresa, y otorgado este año en memoria  a Chiara Lubich por la contribución dada por los Focolares en todo el mundo a la causa de la vida.

Llegado a su tercera edición, el premio fue establecido en el 60º aniversario de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, firmada el 10 de diciembre de 1948. Asignado por primera vez en Estrasburgo a la memoria del importante genetista, el Prof. Jerome Lejeune,   éste es un reconocimiento para quien ha dado un testimonio particularmente generoso y eficaz de la dignidad humana, del amor y de la vida, y que por esto ha contribuido de manera ejemplar para construir una verdadera cultura de los derechos humanos.

Lo recibirá la presidente de los Focolares, Maria Voce, el 10 de diciembre en Campidoglio (Roma), en  presencia de Mons. Ennio Antonelli, presidente del Pontificio Consejo para la Familia, del Alcalde de Roma, del Presidente de la Comisión para los asuntos constitucionales del parlamento europeo, del Ministro húngaro para los asuntos sociales y la familia, de otras personalidades civiles, religiosas y académicas y de los representantes de los movimientos pro vida de 13 países europeos. En el trascurso del programa se presentarán algunos testimonios de “genio femenino” y se leerán unos escritos de Chiara Lubich.

“Cuando Dios vino a la tierra trajo el amor. – reflexionaba Chiara en el `86 – Él, creador de la vida y el propulsor de una nueva vida aún más importante, sabía qué se necesitaba para mantenerla: se necesitaba el amor. Y al final de la vida él mismo nos juzgará únicamente sobre el amor. Es importante, entonces, el amor. Salgamos pues de este polideportivo con el propósito de hacer de nuestra vida un único continuo acto de amor hacía cada prójimo, esperando  comunicar este deseo al mayor número de personas posibles. Daremos así nuestra contribución a aquella civilización de la que tanto se habla: la civilización del amor”.

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