Desde el 2008 trabajo en una ONG. Empecé coordinando un área bajo la supervisión de la directora ejecutiva. A finales del 2010 fui de vacaciones y, a mi regreso, encontré que esta persona había puesto la renuncia y me pidieron que asumiera su puesto. Cuando empecé, encontré que había algunos trámites en suspenso, entre éstos, uno más bien delicado.

En práctica, se trataba de un auténtico robo, dado que durante el 2007 y el 2008 la ex directora había sustraído los impuestos de los sueldos de los empleados y de la ONG, y después no los había pagado al Estado. Por lo tanto la multa que teníamos que sufragar estaba alrededor de los 75.000 dólares, que para nuestra organización quería decir una cifra enorme. La ex directora, quizás para cubrirse las espaldas, había depositado en la cuenta de cada uno de los trabajadores cierta cantidad que correspondía a lo sustraído de sus sueldos en esos años, y se había quedado con la parte que la organización habría tenido que pagar al Estado.

Cada uno de nosotros había recibido esa suma sin saber el motivo y estábamos sorprendidos y contentos. Yo por ejemplo vi llegar a mi cuenta 12.000 dólares además del sueldo. Pero por más contenta que estuviera, la conciencia me decía que era algo equivocado, y por lo tanto pensé en devolver el dinero de más.

Me puse en contacto con los abogados para saber cómo manejar la situación y me aconsejaron que falsificara los documentos y también el contrato de los trabajadores, etc… porque, según ellos, el Estado nunca habría entendido una situación de esa naturaleza, y de todas formas habrían aplicado la multa.

Pero yo quería ser totalmente coherente con mi elección de vida de construir una sociedad más justa. ¿Qué habría hecho Jesús en mi lugar? – me pregunté. Sin duda habría ido contra la corriente. Así, decidí actuar consecuentemente e involucrar en mi decisión a mis colegas.

La primera cosa que había que hacer era devolver el dinero que no nos pertenecía y escribir al Ministerio de Finanzas explicando con claridad lo sucedido, pidiendo que nos perdonaran la multa. Para mi gran sorpresa, todos los colegas estuvieron de acuerdo y así lo hicimos.

Mientras tanto la ex directora, que había dejado el país para asumir otro trabajo, me hizo saber que estaba muy molesta conmigo y que le parecía exagerado el querer devolver el dinero al Estado. No entendía mi decisión y decía que esto habría afectado el espíritu de equipo construido a lo largo de los años. Pero para mí y para los otros colegas significaba ser coherentes con nuestros deberes de trabajadores, seguros de que Dios –que todo lo ve- nos habría ayudado.

Después de tres meses de contactos y audiencias con el Ministerio de Finanzas, recibimos con alegría la noticia de la anulación de la multa. De hecho, los funcionarios quedaron impresionados por nuestra honestidad y por el gesto voluntario de devolver el dinero que se le debía al Estado. Palpamos la respuesta de Dios a quien lo ama y trata de ser coherente con los valores cristianos.

Recientemente, tuvimos que presentar el balance de nuestra ONG. El Consejo Fiscal concluyó que nuestra organización es un punto de referencia también para otras ONG, por la transparencia en la administración y por el modo conjunto de afrontar los problemas.

A. G. – Luanda – Angola

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