«Llegué a una escuela de hotelería como suplente con el año iniciado en medio de interminables consejos de profesores, sin tener ningún elemento que pudiera ayudarme a distinguir los nombres, rostros y situaciones. Se me presentaba un cuadro poco alentador, con la dificultad expresada por los colegas de motivar y “escolarizar” a los alumnos, sobre todo de los primeros años. Y yo ¡tenía seis salones de clase de los primeros años! Tenía que olvidar la rica y participativa experiencia hecha el año anterior con los chicos del liceo y cambiar de actitud y de método. Así empezó una aventura fascinante que me obligó a dar lo mejor de mí.

Soy religiosa. Esto suscita en mis estudiantes, además de sorpresa, miles de preguntas. No me freno ante las provocaciones, o las bromas. Y así termino compartiendo algo de mi vida, de mi vocación, del motivo que me lleva a la docencia. Es el primer paso para construir una relación. Poco a poco empezamos a abrirnos y yo les hago muchas preguntas a los muchachos. No parto de razonamientos filosóficos, sino de la realidad cotidiana que requiere una respuesta ante la necesidad de encontrar un sentido. Por qué tengo que levantarme en la mañana, por qué tengo que estudiar, vivir la realidad, amar, sufrir…

¿Tenemos conciencia de lo que estamos viviendo? Esta pregunta les cae a los muchachos como una bomba y suscita una mueca entre la sonrisa y el dolor. Habiendo abierto una brecha en su apatía, insisto: el valor de la persona, la responsabilidad del yo, la búsqueda de Dios en el hombre y en la historia. Alguno se sorprende porque la clase escucha y comenta sarcásticamente que “¡Algunos se han puesto a pensar!”. Sin embargo con una colega nace la estima recíproca y buscamos un itinerario común desde la disciplina de cada una. Elegimos páginas de literatura o de poesía que hablan del deseo de una felicidad auténtica…

Y los muchachos responden, sienten que se les toma en serio, se convierten ellos mismos en los protagonistas de la lección. Para explicar el sentido religioso, propongo piezas musicales que expresen la actitud del hombre respecto a la búsqueda de sentido. Siguiendo los textos, los muchachos se encuentran con “La respuesta en suspenso” de Bob Dylan, con el “Escepticismo” expresado por Guccini, con la “Pregunta y la búsqueda” de Bono de U2 y ustedes, les pregunto, “¿con quién se identifican?”. Uno levanta la mano: “Yo escribo poesía, ¿quiere escuchar una?”. Un compañero le hace el fondo musical y él empieza a contar, en estilo rap, la experiencia dolorosa de la muerte de un amigo de la escuela. Es un grito: ¿cuál es la respuesta humana al dolor, al límite, a la muerte? Recordando a Juan Pablo II, propongo su reflexión durante el Jubileo de los artistas. Él respondiendo precisamente a Bob Dylan había dicho que la respuesta no la sopla el viento. Hay uno que dijo ser la respuesta: Jesucristo. Empiezo a partir de aquí el itinerario cristológico.

Contínuamente hago la experiencia de que no es verdad que los jóvenes son indiferentes ante la belleza, la verdad. Muchos viven en carne propia situaciones difíciles, y quizás por eso son más sensibles a la búsqueda de la verdad, de la justicia, del bien, a una mirada de amor hacia su destino.

Esto lo aprendí de personas que me dieron testimonio de la pasión educativa, entre los cuales mi Fundador, Nicola Barré: se educa en la medida en que nos dejamos educar por el otro.

Pero siento que es necesario conservar cada día el estupor del inicio, sin perder la curiosidad y el deseo de una aventura siempre nueva que todas las mañanas empieza en la clase.

Preparando las lecciones me motiva el deseo de intentarlo todo con tal de encontrar el rostro de cada uno y transmitir este mensaje: “¡Estoy contenta porque existes! ¡Gracias porque te has convertido en un compañero de mi camino!”».

 Hna. Marina Motta

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