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Video: Chiara Lubich, Santuario de Guadalupe, Ciudad de México, 7 de junio de 1997

«Nos encontramos aquí ante la hermosa imagen de la Virgen de Guadalupesin duda pintada en el Cielo por amor al muy amado pueblo mexicano. Nos encontramos aquí donde, con ustedes, también yo deseaba ardientemente venir, después de haber conocido más profundamente a esta dulce Madre de Dios y madre nuestra, y también su historia, a través de algunas lecturas que me han sorprendido y emocionado.

Y ¿qué sentimientos brotan en nuestro corazón al estar cerca de esta celestial realidad, al contemplar el privilegio que el mundo, y antes que nada México, ha recibido con la aparición de la dulce Señora? Creo poder afirmar que aquí de nuestra alma nace espontáneamente una profunda convicción: esta Virgen, la Virgen de Guadalupe tiene también una estrecha relación con nosotros, con el Movimiento de los Focolares, con la Obra de María.

¿Y por qué? Porque la Virgen de Guadalupe es la Virgen del amor y el amor es nuestra espiritualidad. La Virgen de Guadalupe, de hecho, manifiesta, explica, enseña de manera sublime ese arte de amar que hemos encontrado en el Evangelio. Nosotros sabemos que el amor sobrenatural tiene sus exigencias precisas.

Este amor quiere ante todo que se ame a todos. Por eso no se mira al simpático o al antipático, al lindo o al feo, al de tu nación o al extranjero, al asiático o al africano. El amor que Jesús trajo a la tierra, exige que se ame a todos.

Y ¿qué hizo la Virgen de Guadalupe? Dio un ejemplo extraordinario: amó a los indígenas y a los españoles. El amor verdadero además impulsa a ser los primeros en amar, como hizo Jesús. Aún cuando éramos pecadores, Él dio su vida por nosotros. Así ha hecho la celestial ‘Morena’. De manera inesperada apareció a un indígena subrayando así, entre otras cosas, la predilección de Jesús. En tiempos en los que el pueblo indígena vivía su terrible viernes santo, se apareció no a quien dominaba en aquel momento, sino a un indígena, hablando su misma lengua. Y no solamente apareció, sino que trajo alivio y felicidad y, con celestial dulzura, a millones de criaturas humanas de una y de otra parte las convirtió a su Hijo, Jesús.

El amor sobrenatural, lo sabemos, no se nutre seguramente de sentimientos o de benevolencia, o sólo de solidaridad, o únicamente de limosna. Es ese amor que Jesús mismo testimonió haciéndose uno con nosotros en la encarnación y después en su pasión y muerte. De hecho, otro atributo del amor es aquel de saber hacerse uno con los demás para comprender a los otros y compartir sus alegrías y sus dolores. Este atributo del amor, da contenido, sustancia la inculturación tan necesaria y hoy tan subrayada por la Iglesia para ofrecer una auténtica evangelización.

María de Guadalupe es realmente la Madre del verdadero amor, la Madre del ‘hacerse uno’. La Virgen de Guadalupe es un ejemplo extraordinario y maravilloso de inculturación, que Ella expresó con su manera de presentarse.

No tiene un rostro blanco como se imagina a María de Nazaret; sino que su semblante es el de una mujer ni blanca ni indígena. Es morena y así predica a todos la necesidad de no chocar nunca con los demás, sino fundirse siempre. Dice su divina maternidad, simbolizada con las cintas oscuras que descienden desde su pecho, siguiendo el uso azteca. Presentándose con un vestido reservado a Dios y al rey, quiso demostrar que, aún no siendo de origen divina, también era la Reina del universo.

Junto a las cintas negras, lleva también una pequeña cruz indígena, indicando así que el centro del universo es Cristo, a quien María lleva en su seno. Pero esa cruz es acompañada por otra pequeña cruz cristiana grabada en el broche que lleva en el cuello. Su imagen resalta la presencia del sol tras de sí, pero también lleva las estrellas en su manto y la luna bajo sus pies: sol, estrellas, luna, no como rivales entre sí, como se acostumbraba pensar, sino en paz, conviviendo pacíficamente.

Y podríamos seguir… Y ustedes mexicanos tendrían muchas cosas más que decirnos. Pero lo que les he dicho me parece suficiente para que comprendamos una cosa muy importante: la inculturación no es sólo ‘hacerse uno’ con otro pueblo espiritualmente, descubriendo en él quizás y potenciando los gérmenes del Verbo presentes en él, sino asumir también nosotros, con humildad y gratitud, todo lo válido que ofrece la cultura de nuestros hermanos. La inculturación exige un intercambio de dones. Esto es lo que nos quiere decir la Virgen de Guadalupe. Sólo así el Evangelio podrá penetrar hasta el fondo de las almas y desencadenar en ellas su revolución, con todas sus consecuencias».

Chiara Lubich, Santuario de Guadalupe, Ciudad de México, 7 de junio de 1997

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