«Hola Chiara!

Que alegría recordarte esta tarde.

¿Recuerdas la frase que te escribí aquél 16 de diciembre a las pocas horas del famoso accidente de moto – tenía 18 años – que me dejó a punto de morir? “Nunca me habría esperado que fuese tan bonito ser tocado por el amor de Dios hasta el fondo…”.

Allí se revelaba el misterio de mi vida. Esas palabras estaban llenas de sorpresa por la alegría de la paz reencontrada sólo por la gracia del amor de Dios hacia mí. Y es esta sorpresa que , durante todos estos años, ha nutrido mi creatividad, expresividad, socialidad, y también mi nuevísimo físico y corporeidad. ¡En un desarrollo inesperado!

Una mañana mientras me peinaba delante del espejo, con el corazón henchido de alegría, me pregunté si era cierto que tres cuartas partes de mi cuerpo no se movían o que mis brazos pudiesen aún tener movimiento para donar algo. Eran ciertas ambas cosas y tenían el mismo valor. Por lo tanto, en mí existía la unidad y con ella la percepción de la plena integridad psicofísica. E, incluso viviendo en la carne todo tipo de limitaciones dependientes de mi condición, no existía una fractura en mi identidad. Ese día me dije: “Cada fibra de cada músculo que todavía está inervado debe servir para amar”.

Más tarde, sorprendido porque mi alegría era estable a pesar de las innumerables dificultades, comprendí a Jesús en Su grito: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?”. Esta era la gran atracción cuando conocí unos años antes del accidente el Ideal de la unidad y me parecía que, precisamente Él, hubiese llevado consigo, en mi al Padre e al Espíritu, por lo tanto la evidencia de la complejidad. Precisamente en virtud de esta dinámica de reciprocidad, era posible poner en relación límites y recursos y convertir los límites en “la roca” sobre la que basar y expresar todo recurso y talento.

La condición de persona con discapacidad es iluminada por una novísima visión de sabiduría y por ello esta situación, que muchos la piensan sólo como dolor, drama, tragedia, se convierte en una forma de vivir y en una base de santidad. Se convierte en una “verdadera ocasión” de transformación de esa parte social que se puede ver desde la nueva prospectiva cultural que es la discapacidad del hombre, siempre que toda discapacidad sea una ocasión para acoger a Jesús con su grito.

La “Discapacidad” -lo dice la doctrina científica- representa la socialización de los problemas, de las necesidades. Esta, conocida, aceptada, solo puede ser amada por la sociedad, con la modificación de las propias estructuras, transformadas, cambiadas radicalmente, para que lo social sea el lugar de acogida de Jesús presente en cada hombre. De aquí la necesidad de que urbanismo y arquitectura lleven de nuevo Jesús a “su ciudad”, único lugar de las relaciones.

La “desventaja”, que siempre nace como malestar social, de la nefasta relación entre la discapacidad del hombre y la sociedad del rechazo, del “no-amor”, ya no existe, porque la invalidez es amada por parte de quien la lleva y la inhabilidad que comporta, es amada y acogida por la sociedad, no solo renovada, sino transformada en aceptación del dolor del Hombre-Jesús.

Así el dolor de la invalidez, amado por parte de quien lo lleva y amado por la sociedad, hace desaparecer la desventaja, haciendo de tal modo que el dolor llegue a ser, en esta recíproca relación, un yugo ligero y suave, pero también fuente de luz y chispa de verdadera transformación social.

Sabes Chiara, en estos 42 años, en cada dolor, no he encontrado nunca una cruz vacía, sino que siempre he encontrado a un hombre de carne en la cruz. Mi Jesús, tu Jesús…el revolucionario de Dios. Hasta la vista, Chiara!»

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Beppe Porqueddu es Técnico en Rehabilitación, Docente de formación y perfeccionamiento de médicos, arquitectos y técnicos proyectistas y de personas con discapacidades.

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