Photo by Martina Bacigalupo/VU“Soy médico y trabajo en un hospital público. Un día la policía nos trae un hombre con dos balas en la pierna. Es el tipo de paciente que ninguna clínica quiere: un ladrón capturado “in fraganti”. Fue gravemente herido cuando fue capturado por la policía que lo trajo hasta nuestro hospital.

Está casi inmóvil en su cama, sin nadie que lo atienda, ni siquiera los padres vinieron – que sería lo más corriente- al saber que estuvo robando.

En la mayoría de las clínicas de Africa es tarea de los familiares traerle la comida a sus enfermos, lavarle la ropa, ayudarlos en cualquier necesidad material: en la ausencia de los familiares el enfermo está completamente abandonado. El personal del hospital está encargado solamente de proporcionar las atenciones médicas.

Además, los compañeros de sala y el personal sanitario, no están conformes con este tipo de malhechor. Por esto tiene muchas dificultades para encontrar algo para comer, y obligado a estar inmóvil en la cama, poco a poco el olor se hace insoportable.

Me quejo con el comisario de la policía que nos trajo una persona sin asistencia de los familiares. “Este es el trabajo del personal médico!”, responde con dureza.

Me acuerdo que en otros pueblos también las atenciones a los enfermos dependen del personal sanitario. Trato de explicarle a mis colegas que debemos preocuparnos por este paciente, pero no logro convencerlos.

Trato de sensibilizar a los enfermos diciéndoles que es necesario aceptarlo. La verdad, tengo muy poco éxito.

En determinado momento me pregunto: “Exhorto a los demás. ¿y yo? ¿Qué haría por él? Si, le indico la medicación. Le doy un lugar en la sala. Pero, este es solamente mi deber. Ahora, es necesario que haga yo lo mismo que le pido a los demás: ir más allá de lo mínimo indispensable”.

Hago levantar al paciente de la cama y lo lavo. “Oh! Hace casi dos meses que no me he lavado!”, exclama con alegría.”¡Qué agradable es sentir los rayos del sol en la piel!”. Pido luego a uno de los ayudantes que lave los paños del paciente y le ofrezco una pequeña recompensa. Luego, con otro colega remplazamos su colchón que estaba en malas condiciones. Al final, le dejo una pequeña cantidad de plata al mismo enfermo, por si acaso tiene necesidad de algo.

Este gesto trae frutos. Los trabajadores, por ejemplo comienzan a dejar sus rechazos. Despierta compasión en los demás enfermos, que ahora comparten con él la comida.

Después de algún tiempo él puede irse del hospital. Está alegre. Me dice que no robará más. Inclusive sigue mi consejo de presentarse a la policía para someterse a las acciones judiciales necesarias. Siente que debe asumir la responsabilidad de sus acciones”.

Dott. H.L. (Burundi)

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