“Cuando tenía diez años un acontecimiento produjo un cambio decisivo en la vida de mi familia y en mi vida personal: mi papá fue sometido a una operación muy seria en el hígado. Me acuerdo de algunas mañanas de verano en que lo acompañaba, con mi madre, a lo largo del mar de Siracusa (Italia) para dar algún paseo. Después de un breve período en el cual parecía que se recuperaba, como un temporal, imprevistamente, apareció una crisis. Y una noche se durmió para siempre. Cuando ví su cuerpo inmóvil, con el rostro más pálido de lo acostumbrado, no lograba llorar. Estaba como petrificado. Ni siquiera un “¿por qué?” pasaba por mi cabeza de niño de 10 años, ni tampoco era capaz de rezar. En los años siguientes me di cuenta que todos mis compañeros tenían un papá que los protegía y yo no y esa situación de orfandad me resultaba muy pesada.

Cinco años más tarde, por medio de un amigo, conocí personas que habían hecho del Evangelio su código de vida. En su apartamento – el Focolar – una tarde encontré a Marco, el primer joven que había seguido a Chiara Lubich, que me habló de la aventura de la unidad. Sus palabras llenas de vida, de Evangelio vivido en lo cotidiano, me impactaron, me saciaron. No me sentía más huérfano, también yo ahora tenía un Padre que me cuidaba, es más –me di cuenta en los años posteriores-había encontrado cien padres, cien madres, cien hermanos (Mt.19, 29). Comprendí enseguida que tenía que poner en práctica el Evangelio, así que comencé a asistir a la escuela, a escuchar por amor a ese profesor un poco aburrido, a prestar mis apuntes a los compañeros que podían precisarlos…

Algunos años más tarde, empujado por este maravilloso descubrimiento del amor personal de Dios, maduró en mi el deseo de donarme a El y comenzó para mi la experiencia del focolar. Viví 26 años en el focolar de Viena y desde allí hice breves pero continuos viajes a Checoslovaquia y a Hungríapara encontrar a nuestros amigos. Eran los años en los cuales el muro nos separaba, pero nos unía el Evangelio, porque de éste tenían sed, mucho más que de la libertad.

No faltaron las aventuras en todos aquéllos viajes. Una vez, en la zona de frontera, abriendo la valija del auto para los habituales controles, me di cuenta con horror que por error habíamos cargado una gran valija llena de films, escritos, diapositivas de la vida de nuestra comunidad. Material que estaba “completamente prohibido”. Extrañamente la policía dio una ojeada superficial (no vio mi cara aterrorizada) y nos dijo que podíamos continuar. Todo se resolvió con gran alegría de los amigos de Budapest agradecidos por ese material necesario para conocer la difusión del Evangelio en todo el mundo. En esta y en muchas otras situaciones, he tocado con las manos el amor de Dios que me sigue paso a paso y arregla siempre todo lo que no estuvo bien hecho.

A comienzos de septiembre se festejó el Genfest justamente en Budapest. Fue para mi una gran alegría. Me acuerdo de los encuentros de ‘catacumbas’ con varios jóvenes, en casa de alguna familia: estaba oficialmente prohibido que se reunieran más de 5 personas. Con algunas familias, jóvenes, sacerdotes, durante algún fin de semana, en una casona de campaña o en el lago Balaton, allí, en medio de muchos turistas, encontrábamos la manera de hablar de la espiritualidad de la unidad y de las experiencias de vida evangélica. Y bien, muchos de ellos, chicas y muchachos, familias y sacerdotes se comprometieron en esta nueva vida. Jesús con su fuerza y su luz entra siempre, también con las puertas cerradas, en aquélla época igual que hoy”

 

4 Comments

  • I am very grateful to you, Carissimo Antonio. In the Philippines, we are very free to meet. I should value much the precious opportunities of meeting and experiencing Jesus in the midst.

  • Carissimo Antonio,
    mi ha dato tanta gioia leggerti in questo articolo… mi hai fatto ricordare le bellissime aventure vissute in quei paesi benedetti…

    Ivan

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