La fe es un fuego que crece proporcionalmente a cuantas almas llegue: quien encierra este fuego dentro suyo, arriesga con sofocarlo, por ausencia de ese oxígeno que es la caridad, virtud expansiva y no egocéntrica. No se ha hecho todo cuando se tiene la fe para uno mismo; allí comienza el deber  de darla a otros. La religión en la consciencia nace; pero no muere. Nace, y se expande afuera. Encerrarla dentro, como en un cofre, significa comprimir dentro la inmensidad de Dios y del amor, o sea realizar una acción de deformación y limitación; y en consecuencia un culto pequeño, a medida nuestra, celoso del culto de los demás; un experimento de secta que consiste en secuestrar para el propio uso la divinidad.  Se sustituye Jesús nuestro por  el Jesús mío: la catolicidad se arruga hasta morir, la fraternidad se vivisecciona. Nos convertimos en acatólicos, sin darnos cuenta, adoptando en la práctica el principio de cada uno para sí mismo y yo para todos, por lo  cual la solidaridad del Cuerpo místico se descompone. Como si en el organismo humano, una célula o un órgano actuara solo para él mismo, no ligado a los demás.

Pero, – y aquí está la fuerza de la verdadera personalidad, -el individuo no vive para sí mismo, al contrario, vive lo menos posible para sí mismo y su progreso espiritual es una continua renuncia de sí mismo, porqué sirviendo a los otros sirve a Dios y a sí mismo. Según la paradoja de Cristo, el que piensa más en sí mismo, piensa menos en sí: es un avaro que muere de miedo y de hambre; es más fácil salvarse a través de los demás; pues la salvación está dada por Dios según  la regla de las obras del hombre, es decir según  las prestaciones al  prójimo, en las cuales actúa la ley del amor, ligado, como es a Dios no solo por la fe, sino también por el amor, que se traduce en hechos; por una fe colaudada por hechos, con los cuales se dirige  hacia Dios, no solo de tu a tu, sino también en compañía de los hermanos, como cada hijo hacia el padre, con la deuda de la solidariedad.

Un impulso hacia arriba lo conduce a Dios; un impulso lateral lo conduce a la humanidad: los dos impulsos no son independientes, sino que están ligados, como los dos leños de la cruz que se encuentran en el corazón de Cristo, y cuanto más uno asciende, tanto más el otro se dilata; más se ama a Dios, más se buscan los hombres, en cada uno de los cuales la imagen de él resplandece.

Extraído de  Igino Giordani, Segno di contraddizione, 1933 (Cittá Nuova, 1964 – pp.272-274/ p.321)

www.iginogiordani.info

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