«Tienen por protagonistas a jóvenes y adolescentes, familias, profesionales, obreros, directores, religiosas, sacerdotes, que enfrentan con el Evangelio las situaciones cotidianas y los desafíos de la sociedad. Un pueblo que cree, vive, se mueve, arrastra, en el respeto de las convicciones y de la experiencia de los demás, conscientes de que cada persona puede dar una contribución a la gran familia humana». Así se presenta el libro, editado por  Città Nuova, a cargo de Chiara Favotti.

Publicamos, uno pequeño áperitivo´, una de las historias recogidas en  “Una buena noticia, gente que cree, gente que mueve”.

Soy africano y estoy estudiando en el Norte de Italia. Hace tiempo había leído en una revista un artículo, en el cual el autor dice que una “noche” está prevaleciendo en la cultura occidental en todos sus ambientes, llevando a la pérdida de los auténticos valores cristianos.

Sinceramente no comprendí mucho el sentido de este escrito, hasta que me sucedió un hecho que me hizo abrir los ojos. Un sábado en la noche. Algunos muchachos, vecinos de casa, me proponen salir con ellos y pasar la tarde juntos. Quieren hacer algo distinto. Somos seis o siete. Para comenzar, vamos a bailar a un local. Al principio me divierto, me dicen que tengo la música en la sangre, que sé bailar bien. Pronto me doy cuenta que a mi alrededor algunos bailan sin ningún respeto hacia sí mismos ni tampoco hacia los demás. No bailan por diversión, sino para lanzar mensajes ambiguos. Dentro de mí advierto una voz sutil, que me dice que vaya contra corriente y que baile con dignidad y por amor.

Después de algunas horas, mis compañeros proponen cambiar de local. Confío en ellos, al fin y al cabo son amigos míos, acepto. Entramos en otro lugar. Después de un rato me doy cuenta dónde estoy, entre música a un altísimo volumen, luces sicodélicas y un olor acre que entra fuerte en la nariz, enseguida me siento perturbado. Esta no es una discoteca normal, aquí las chicas se prostituyen. Estoy muy decepcionado y enojado. Sin decir una palabra me doy vuelta y salgo del local. Uno de mis amigos me sigue. Me insulta, me dice que soy un retardado. No le respondo. Pasan pocos minutos, sale otro, este muchacho no me insulta sino que me da la razón. Finalmente otro amigo sale del local y también él me da la razón. Quedo sorprendido, había creado una cadena de “ir contra la corriente”. Sin haber hablado ni de los ideales cristianos en los que creo, ni de Dios, los otros me habían visto y habían comprendido. Pasa un mes. No recordaba aquel episodio. Un día un muchacho, que había estado con nosotros aquella noche, se me acerca y me dice que está arrepentido y que no quiere frecuentar más ese tipo de locales. Esta experiencia me ayudó a comprender más radicalmente la necesidad de arriesgar y decir ‘no’ a algunas propuestas”. (Yves, Camerún)

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