«La Habana, 5 de noviembre de 2012. Regresé ayer de Santiago, Palma Soriano y Banes. Ha sido una experiencia muy dolorosa y, al mismo tiempo, edificante. Salimos con un microbús repleto de alimentos y ropa: un granito de arena comparado con las necesidades de la gente. Llegamos precisamente en el momento en que se habían terminado las provisiones de comida de tantas familias. Los jóvenes y los chicos del Movimiento nos esperaban para descargar y distribuir lo que llevábamos.

Fue un shock ver la ciudad destruida: ruinas por todas partes, la mayor parte de las calles bloqueadas, 80% de los árboles caídos, muchas casas derrumbadas y miles dañadas o sin techo. Un panorama de guerra. A pesar del dolor, impresionaba la dignidad de la gente que agradecía a Dios por estar viva, y, sobre todo, era conmovedora la disponibilidad de ayudar a los otros, por ejemplo, reconstruyendo el techo del vecino.

 “Sobre mi casa –cuenta David, de 15 años- cayó un árbol grande pero el techo de cemento resistió. En cambio la de mi tío se derrumbó. Con mi tía salvaron a su niña de 5 meses quitando la ventana de la casa del vecino. No había electricidad, por eso a la luz de la vela, me puse con mi hermana a preparar la cena para los pequeños y les conseguimos cobijas para que se repararan del frío. Supimos que la iglesia se cayó, fui de prisa para ayudar al párroco. A él no le sucedió nada, pero el edificio se destruyó; sólo quedó un muro de pie, donde estaba el Crucificado y Jesús Eucaristía. Con otros gen y amigos de la parroquia quitamos los escombros, limpiamos la casa del sacerdote y recuperamos las pocas bancas y el material que quedó. Después, organizamos turnos para la vigilancia nocturna de la parroquia. También la casa de las hermanas se vio afectada. Por eso, cuando salía en la mañana después de mi turno me iba a la casa de ellas para ayudar, sin dormir”.

Después, proseguimos desde Santiago a Palma Soriano (a 42 Km. de Santiago). Las casas no tenían daños graves, pero faltaba la comida. Llegamos justo a tiempo para llevarla.

Después fui a Banes (a 300 Km. de Santiago). Un hecho me hizo descubrir la generosidad de esta gente maravillosa. Con uno de los gen3 fuimos a varias tiendas a comprar comida y ropa de mejor calidad y precio, para poder llevar la mayor cantidad posible. Pero me di cuenta que no tenía el dinero necesario porque había gastado la mitad en Santiago. No iba a poder llevar lo que se necesitaba: arroz, azúcar y otras cosas. Mi amigo gen 3 me dio 10 dólares: quedé sorprendido y conmovido porque era todo lo que tenía y se quedaba sólo con el dinero necesario para volver a su casa. Llegando a otra ciudad, otro gen 3 me dio 25 dólares que había recibido para poder comprar ropa y comida. De esta forma pude llevar 50 Kgr. de arroz, azúcar, harina de trigo y de maíz. Llegando a Banes, el sacerdote del lugar me abrazó llorando porque lo que llevaba a nombre del Movimiento, fruto de la comunión de tantos, llegaba en el momento justo porque se habían acabado todas las ayudas que el obispo había logrado mandar.

En esta calamidad natural se han puesto de relieve la dignidad, la fuerza, la fe, la bondad y la heroicidad de estos jóvenes, chicos y chicas (también de los adultos) que han ido más allá de sus propias necesidades y problemas para pensar en las necesidades del otro y lanzarse sin medida a amar y a servir

A. C.

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Razón: Proyecto: Mi casa es la tuya.

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