La elección del Papa Francisco es un gran signo de continuidad con el el que dejó a la Iglesia de Benedicto XVI, renunciando al ministerio de obispo de Roma. En continuidad, porque con la elección del nombre Francisco, por primera vez en la historia de la Iglesia, el nuevo Papa, evidentemente, quiso poner su ministerio en la luz profética del testimonio evangélico de Francisco de Asís.
El hecho que el Papa se haya referido a la fraternidad, fraternidad por vivir, es un signo fuerte de esta voluntad de seguir el auténtico espíritu del Evangelio en su tiempo.
Me parece también muy significativo el hecho de que él haya querido dirigirse en primera instancia a la Iglesia de Roma como su obispo y pastor, y a partir de allí extender su saludo a todas las Iglesias y a las personas de buena voluntad.
También el gesto de querer pedirle al pueblo de Roma la intercesión de su oración para recibir la bendición de Dios, antes de impartir la bendición, tiene un significado profundamente evangélico y remite al espíritu del Vaticano II, que tiene como punto central la visión de la Iglesia como “pueblo de Dios”, la comunidad de los creyentes.
Además subrayaría el estilo que definiría laico, para nada clerical, con el que se dirigió a la gente reunida en la plaza San Pedro con un sencillo “buenas tardes” y después con un “buenas noches y descansen bien”. También el llamado a la confianza recíproca es importante, porque refleja una metodología de servicio pastoral y un anuncio: el Papa Bergoglio pareciera querer afrontar los grandes desafíos que esperan al obispo de Roma, de una reforma de la curia y un nuevo lanzamiento de la evangelización, como él mismo dijo, a partir de Roma y después a todo el mundo.
Impresionó también su promesa de querer ir mañana a rezar a María para poner su pontificado bajo su manto de madre del Amor Bello y de la misericordia.
El Papa Bergoglio es un jesuita, y por lo tanto tiene la experiencia directa de un gran carisma que ha iluminado la vida de la Iglesia en la modernidad. Y se quiso llamar Francisco, que es el carismático por excelencia. Parece querer unificar así el ministerio de Pedro con el amor y la profecía que la Iglesia experimenta en su historia a través de los carismas.
Este primer encuentro con su Iglesia y la Iglesia universal es ciertamente un signo grande de esperanza para los católicos, pero también para los cristianos y para toda la humanidad. Como nos pidió, nos unimos también nosotros en oración para vivir en unidad este nuevo paso de esperanza y de compromiso que hoy se nos pide, para que el Evangelio pueda ser levadura y sal en nuestro tiempo.
De Piero Coda
Fuente: Città Nuova online
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