«Sandra, desde pequeña, demostró siempre una gran apertura hacia todos. Se lo enseñamos nosotros, sus padres, sin embargo, cuando un día nos pidió que alojáramos en nuestra casa a una amiga suya con dificultades, quedamos un poco perplejos. Sandra, estaba tan firme, que no le pudimos decir que no.

Decidimos por lo tanto ceder a todos los prejuicios y recibir a su amiga como a una hija. Esta chica, sintiéndose amada, poco a poco, comenzó a contarnos sus problemas familiares. Se quedó con nosotros algunos días y cuando se fue nos lo agradeció mucho. En realidad, éramos nosotros los agradecidos a nuestra hija, que nos había dado la oportunidad de abrir nuestro corazón y crear una relación profunda con su amiga. Junto con ella, nuestra hija organizó ayudas varias  para la gente que había sufrido el terremoto, recogiendo una gran cantidad de ropa, juegos y huevos de Pascua.

Nuestro hijo Máximo, cuando era pequeño, nos había sorprendido, pues un día, abriendo la puerta de casa a un pobre que tenía un niño chico, corrió a su cuarto a buscar un autito de colección, su preferido, para dárselo a ese niño. Cuando creció, nos pareció que se alejaba de nosotros, indiferente a lo que le decíamos, intolerante con nuestra disponibilidad hacia los demás. Como padres sabíamos que no lo teníamos que molestar con sermones, estábamos seguros que Dios habría continuado indicándole el camino justo. El año pasado, cuando subía al avión que lo llevaba al extranjero a estudiar, nos entregó una carta para sus amigos, diciéndonos que podíamos leerla también nosotros. Era un modo de revelarnos los tesoros de su alma que no habíamos sabido ver. Un regalo inesperado que colmaba un vacío en nuestros corazones.

Siempre tratamos de transmitir a nuestros hijos la apertura hacia todos. Así comenzó también la historia de la amistad con Joe. Con un ruidoso timbrazo. Cuando abrimos la puerta, nos encontramos delante de un joven de Nigeria que quería vender algún objeto. Como muchos compatriotas suyos, vivía trabajando como vendedor ambulante. Le compramos algo, un fregón para la cocina, era un pequeño objeto útil. Pero nos pareció poca cosa. Lo hicimos entrar, nos intercambiamos los números de teléfono, prometiéndole que lo habríamos invitado a uno de nuestros encuentros en la parroquia. Cuando se acercó el día de la reunión, nos acordamos de Joe. Estábamos en duda sobre si llamarlo o no, pero cuando lo llamamos él respondió con entusiasmo, diciendo: “Todos parecen amables al principio, pero luego enseguida se olvidan”. Desde entonces, mantuvimos con él un vínculo fuerte, compartiendo las dificultades y buscándole un trabajo, algo que no era fácil a causa de su situación irregular. Lo ayudamos a encontrar alojamiento y éramos muchos los que lo apoyábamos. Más adelante Joe se casó, tuvo un hijo. Cuando nos pidió que fuéramos los padrinos del hijo, con emoción pensamos en nuestra larga amistad, una de las muchas amistades que nacieron abriendo la puerta de casa».

  (Maria Luisa y Giovanni, Italia)

No comment

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *