Rezamos para tener un corazón que abrace a los inmigrantes”: Así se expresaba el pasado 8 de julio el Papa Francisco durante la visita pastoral a Lampedusa, conmovido por el irrefrenable éxodo de prófugos que huyen de sus países debido al hambre, a la guerra, a tragedias de todo tipo. Desde hace décadas desembarcan en las costas de Italia meridional. Son historias de desesperación y miedo.

La historia de Cristina, Elena y María Norena, comienza con un curso de italiano. Ellas son voluntarias del Movimiento de los Focolares, que se sienten responsables por el creciente número de hermanos en dificultades. “Estamos en el mes de mayo de 2011-cuenta Elena-, los desembarcos se habían producido a ritmo frenético. Arribaron al país casi 25.000 personas procedentes de Libia que estaba en guerra. En nuestra provincia de Trento (al norte de Italia), llegaron 200 prófugos, casi todos hombres jóvenes, musulmanes, entre los 18 y los 30 años”. “He vivido también yo, colombiana, la carencia de relaciones humanas y vida social -continúa María Norena-. Estos muchachos expresaban soledad y sufrían porque no sabían hablar italiano. Enseguida las otras personas de nuestro grupo me apoyaron y comenzamos juntas esta aventura”.

La experiencia se extiende como mancha de aceite y también las instituciones comienzan a sentirse convocadas. “Nos interesaba concretamente asegurar un futuro a estos jóvenes, afirma Cristina. Junto con todos los que se ofrecieron a ayudar, comenzamos a intervenir en los periódicos de la localidad, sobre todo en el periódico diocesano que estaba a nuestra disposición, para que estas personas pudieran expresarse. También el Obispo solicitó a la comunidad cristiana de Trento que se ocupe de estos muchachos, hermanos nuestros”.

Mientras tanto, la administración provincial decidió prolongar el proyecto, garantizando a cada prófugo dos años de asistencia y mantenimiento a partir de su llegada. Al final de los dos años, los jóvenes deberían dejar sus albergues.

“Intentando proporcionar a los muchachos una vivienda estable –recuerda María Norena- involucramos a las comunidades parroquiales y locales del Movimiento de los Focolares, ya sea para la recolección de fondos, como también para la búsqueda de trabajo y la integración de estos jóvenes en la sociedad”.

“Actualmente hemos conseguido casa para los 16 amigos nuestros que personalmente conocemos -comenta Cristina-. Experimentamos la intervención de la Providencia que nos acompaña en las pequeñas o grandes exigencias: llegaron cuatro bicicletas muy necesarias pues uno de los apartamentos estaba lejos de la ciudad en un lugar donde el ómnibus no llegaba, y también un lavarropa que era indispensable”.

Un muchacho, huésped de uno de los albergues, dirigido por el grupo de voluntarios, nos escribió: “Les agradezco por todo lo que están haciendo, por la confianza que depositaron en mi persona y la honestidad que vieron en mi. Los quiero mucho”.

No comment

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *