«Un día, el padre espiritual preguntó a Chiara: “¿Cuál fue el momento en el que el Señor sufrió más?”.

“En el Huerto de los Olivos, supongo”.

“No, según mi parecer, sufrió más en la cruz, cuando emitió el grito: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt. 27,46; Mc. 15,34)”.

Él salió, y Chiara hablando con Dori (una alumna suya, de las primeras que la siguieron, n.d.r.) y después con otras empezó a polarizar su amor –y su estudio- sobre ese grito: en este momento de angustia en el que Cristo se sintió abandonado incluso por el Padre, por quien se había hecho hombre.

“Estoy convencida de que Jesús abandonado será el ideal que resolverá todos los problemas del mundo: él se difundirá hasta los últimos confines de la tierra”.

Esta convicción se tenía que consolidar, de año en año, a través de todo tipo de pruebas, el signo a través del cual se implantaba su ideal entre los hombres.

Jesús abandonado se convirtió en el amor de Chiara. Él se convirtió en el amor –el ideal, el fin, la norma- de la Obra de María (o Movimiento de los Focolares, n.d.r.).

Un día ella nos explicó: “Si, cuando seré una anciana achacosa, vienen los jóvenes a pedirme que les defina, sintéticamente, nuestro ideal, con un hilo de voz responderé: ¡Es Jesús abandonado!”».

Fuente: “Eran tiempos de guerra…”, Chiara Lubich – Igino Giordani, Ed. Città Nuova, Roma, 2007, pp. 122-123.

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