Nuestra experiencia terrena se forma continuamente por nuestra relación con los hombres. Estando en contacto con los niños, percibimos que de sus ojos se desprende una luz que pertenece a otras constelaciones. Del mismo modo, cuando se nos acercan personas que sirven a la humanidad, , más allá de la categoría de su trabajo, los mueve la rectitud porque viven por un ideal.  se desprende de ellos otra atmósfera, que trasciende el mundo material.

La naturaleza humana busca, tal vez de forma inconsciente, lo divino. Tiene necesidad de encontrarlo y esto exige una búsqueda. El que busca, encuentra. Toda la existencia, con sus virtudes y sus culpas, la fatiga y la alegría, las experiencias de todo tipo, aunque no nos demos cuenta, es de por sí una búsqueda de ese bien que llamamos Dios.

Y viceversa. Si nos damos cuenta, es decir, si valoramos cada evento escrutando  el misterio de la existencia, encontramos a Dios y en Él, la explicación y la paz. La revelación de Dios al alma se asemeja a la formación con la que los padres educan a los hijos, usando caricias y reproches, entre sonrisas y lágrimas. Así hace el Eterno Padre. La intimidad con Él crece si crece en nosotros la purificación. Lo sentimos cuando lo amamos. El Señor dijo: “Bienaventurados los pobres de corazón porque verán a Dios” (Mt 5, 8). Así pues, la pureza de corazón es la condición del amor que ve a Dios.

Los seres humanos así dotados,  advierten el paso por el mundo en una atmósfera que da vida al alma,  en la que se conjugan contemporáneamente la poesía y el arte, el saber y la salud, la victoria sobre el mal, avidez de afectos, consciencia de una vitalidad más vasta que las galaxias. Tal vez no o nos damos cuenta, pero ella es casi el aliento de lo Eterno, que despierta células y planetas, sentimientos y razonamientos, que da alegría al niño y paz al anciano.

El hombre libre, puro de corazón,   se da cuenta que fue arastrado por el amor como por una corriente, que arrastra a todos sin límites. Dios toma a todos, quiere a todos, porque todos han sido generados por Él. Es necesario eliminar los obstáculos, que, se remueven pronto cuando se ama.  “Por esto el mundo reconocerá que son mis discípulos: si se aman unos a otros”. Tal  la prescripción que más le gustaba a Beethoven; casi una simplificación elemental de la armonía divina del universo. Es cierto, entre las criaturas humanas surgen continuamente desacuerdos, pero Cristo en primer lugar enseña el acuerdo, luego impone frenar la espiral de ofensas y venganzas, y finalmente invita a restablecer  el circuito de la comunión a través del perdón. Perdonar a los hombres que nos hicieron mal es donar el bien; es hacer un don a Dios que nos ama. Quiere decir que vivir es amar, que amar es comprender.

Igino Giordani en El único amor,  Città Nuova, 1974

 

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