La resurrección de Cristo nos hace participar de su vida y nos obliga a no perder la esperanza. Nos da el secreto para levantarnos después de cada caída, es el signo sagrado, visible, de nuestra resurrección. Nuestra religión es una religión de la vida: la única en la cual la muerte fue victoriosa, y, si nosotros queremos, definitivamente desterrada. La Cuaresma fue –o debía ser- también, un examen de conciencia, a través del cual pudiéramos contemplar lo que existe en el fondo de nuestra alma y en la sociedad  como negativo. En muchos de nosotros prevalece un cristianismo de ordinaria administración, sin pálpitos y sin ímpetus, como una vela sin viento.

La resurrección de Cristo debe ser motivo de renacimiento de nuestra fe, esperanza y caridad, victoria de nuestras acciones sobre las tendencias negativas. La Pascua nos enseña a desterrar el mal para renacer. Renacer cada uno, en unidad de afectos con quien está cerca nuestro, y cada pueblo en concordia  con los otros pueblos. En la gracia divina está la fuerza para remover todo tipo de mal.

Jesús rezó – «…para que todos sean uno», el amor culmina en la unidad, y la misma política como esfuerzo que unifica es amor en acción, cristianismo que se encarna. Y el amor es la solución del dolor y de la muerte. Donde hay amor no hay patrones ni tiranos, hay hermanos que se comunican bienes del tiempo y de la eternidad. Por lo tanto amémonos entre nosotros, dejando de lado todo tipo de hostilidad y yendo a buscar al hermano, para ayudarnos a vivir. Así resucitaremos»

Igino Giordani en : Le Feste, Sociedad Editoria Internacional de Turín, 1954

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