«Con algunos amigos de los Focolares de Bangkok –cuenta Luigi Butori, uno de los protagonistas del hecho-, desde hacía tiempo tratábamos de llevar una ayuda concreta a algunas familias de refugiados de Myanmar, de la etnia Karen, que se habían establecido en el norte de Tailandia. Compartimos esta experiencia con algunos amigos italianos que nos sostenían a distancia, a quienes les mandábamos periódicamente noticias y fotos.

Después de la visita de uno de nosotros a Italia en octubre de 2013, se creó una relación especial con los niños de la escuela primaria  del I.C.G. Giuliano de Latina, quienes enseguida expresaron su gran deseo de hacer algo por sus coetáneos lejanos, que ahora sienten cercanos.

Su ayuda se dirigió especialmente el orfanato de Mae Sot, en el norte de Tailandia.

Fue una experiencia realmente impresionante para nosotros, llegar a esos lugares, sabiendo que éramos los mensajeros de niños que, a 10 mil km de distancia, trabajaron para enviar sus pequeñas ayudas.

Los rostros de los niños se iluminaban mientras abríamos las cajas, en las que habíamos agregado chocolate, leche y otras cosas ricas, fruto de lo que habían compartido amigos budistas, cristianos y musulmanes. Ver los juguetes fue una fiesta para los niños; había motocicletas, un camión de bomberos y otras cosas que no sabíamos cómo funcionaban. Los niños “karen” en cambio, en pocos segundos ¡ya eran expertos! Pudimos distribuir ayudas también en el otro campo de refugiados y en otras “aldeas” que en realidad son ranchos agrupados construidos cerca de las fábricas, o en las plantaciones de arroz).

El don es importante, pero todas las veces experimentamos que lo más importante es mirar a la persona a los ojos, tenderle la mano, “tocar al otro”, hacerle sentir que estás allí por él. Al principio parecía que estaban llenos de sospechas; pero después, poco a poco, se iluminaban de alegría, de esperanza y –aunque no entendíamos su idioma-, parecía que nos decían: “Gracias, hoy me hiciste feliz… ¿Todo esto es gratis? ¿Cuándo regresarás? “Mira que estoy y vivo por ti… No tengas miedo”.

La experiencia prosiguió también durante este año, cuando una vez más nos pidieron un pago en la aduana tailandesa, los funcionarios se quedaron admirados por los dibujos originales y divertidos que los pequeños de Latina le habían pegado a las cajas enviadas.

Distribuimos las cosas en los arrozales y en los canales de Mae Sot, donde quien no tiene documentos trata de sobrevivir como puede.

Nos quedamos impresionados de cómo esta experiencia está cambiando las familias de los niños de Latina. Un papá nos decía: “La vida de nuestros hijos y la nuestra ha cambiado desde que empezamos a hacer algo por la población karen. Antes no sabíamos ni siquiera que existía”. Y una mamá: “Gracias por darnos esta posibilidad de hacer algo por los demás. Muchos de nosotros queríamos hacer algo concreto, pero no sabíamos ni qué ni cómo. La televisión nos da tantas malas noticias, en cambio ésta es una bocanada de alegría y de esperanza”. Una maestra agregaba: “Los niños están emocionados ante la idea de que sus juguetes llegaríanen un gran barco al otro lado del mundo para los niños que no tienen nada. Una niña no cabía de la felicidad cuando vio su muñeca en los brazos de una coetánea del orfanato de Mae Sol”.

Los ojos no engañan y los de esos padres son sinceros. Seguiremos trabajando para que este sueño, este milagro de amor que une a Latina y este lugar perdido en las montañas, en el noroeste de Tailandia, continúe».

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