20141018-01«Con 80 años de edad, en el 15º año de su pontificado, Pablo VI puede volver a mirar su obra pontificia, desarrollada en medio de revoluciones sociales e intelectuales, como una obra de rejuvenecimiento de la iglesia [católica].

[…] El Papa Montini recogió el mensaje de “actualización” del Concilio Vaticano II, y realizó contra el frenesí de la “muerte de Dios”, del “cristianismo no religioso”, del conservadurismo arcaico, una obra de paciencia, previdencia, valentía, que incluyó la modernización de los principales institutos pontificios y la institución  de nuevos dicasterios y servicios, entre los cuales –para dar una idea- el de “Justicia y Paz” y el “Consejo Pontificio para los laicos”.

Éstos y otros organismos universales desarrollan una creciente colaboración entre los obispos y el clero, religiosos y religiosas, laicos y laicas, reavivando un nuevo sentido eclesial que surge de una nueva conciencia comunitaria, fruto del amor evangélico, con el que se pone fin al individualismo y al clasismo religioso, y se integra a las personas  en las parroquias, en las instituciones locales y mundiales, en el ámbito de la iglesia y de la sociedad, con el fin de realizar la voluntad de Dios así en la tierra como en el cielo. Recuerdan que el cristiano hace la voluntad de Dios tanto cuando reza como cuando trabaja.

De hecho, los Padres de la Iglesia consideraban que el fiel esta en oración, también cuando realiza la voluntad de Dios en ocupaciones de cualquier tipo. Por eso la acción social –es decir el servicio a favor del bien común-, si se desarrolla con el pensamiento fijo en el Padre que está en los cielos, adquiere un carácter y un efecto de auténtica religiosidad. Por eso Pablo VI, hablando a un grupo de obispos de Cuba, recordaba que la Iglesia invita constantemente a sus hijos a ser “hombres nuevos”, en la justicia, en la verdad, en la caridad, porque ella educa la conciencia social de los fieles, favoreciendo su activa colaboración a favor del bien y les enseña a vencer el propio egoísmo y a no resignarse nunca a ser “ciudadanos inferiores”.

Parte de aquí su inspiración de estimular una reforma social, el surgimiento de un “mundo nuevo”, que ya el joven G. B. Montini había vislumbrado desde los años en los que colaboraba con el periódico católico de Brescia “La Fionda”, en donde propugnaba una escuela libre para poder hacer frente al enfrentar el fascismo naciente.

Desde dichas perspectivas, cuya amplitud y cuya modernidad explican el desarrollo social cristiano en curso, al que rinden homenaje también sociólogos no vinculados a la religión, el Papa ha podido recordar al cuerpo diplomático los más audaces principios de la igualdad, en donde no hay distinción de origen ni de raza, a la hora de ejercer el derecho a la libertad religiosa y civil, y de condenar el racismo, la tortura y todo tipo de brutalidad contra los adversarios políticos. En las intervenciones del Papa se manifiesta esa verdad que a menudo también nosotros los católicos olvidamos: es decir, que la religión está hecha para la vida, que Dios es la vida […].

El amor es el tema central de la vida y del trabajo del Santo Padre; es el tema central del cristianismo, de la creación y de la redención. Con el amor él ha vuelto a acercar a la Iglesia a los individuos y a las multitudes, a las iglesias separadas y a los Estados hostiles. En el sector del ecumenismo su actividad, más silenciosa que pública, concretamente ha llevado a un acercamiento de las iglesias, que explica el nombre familiar y profético con el que lo designó Atenágoras: ‘Pablo segundo’.

(De: Igino Giordani, Paolo VI il papa del Concilio, “Città Nuova”, 10.7.1978, p. 26.)

No comment

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *