20150202-01«La espiritualidad de Chiara Lubich nos propone abrirnos a la comunión antes que nada en la familia y, una vez construida la unidad, abrirla a otras familias. Ninguna familia es una isla. Necesitamos compartir bienes espirituales y materiales, propósitos, conocimientos, tiempo, competencias, para construir redes capaces de ponerse al servicio del mundo, que espera ver el testimonio de un amor que siempre puede volver a empezar».

Anna y Alberto Friso comentan con alegría la apertura de la causa de beatificación de Chiara Lubich, que se llevó a cabo el martes pasado [27 de enero] en Frascati. Ellos conocieron personalmente a la fundadora del Movimiento de los Focolares (quien en 1967 fundó también «Familias nuevas», una de las primeras asociaciones para la familia, de la que los Friso fueron responsables durante 12 años) cuando eran recién casados: llegaron de Padua a Rocca di Papa, con su primogénito lactante, para participar en un congreso de familias.

Recuerdan: «Nos impresionó el hecho de que una persona consagrada tuviera tanto interés en la familia y que su ideal se pudiera aplicar también a nuestra vocación de esposos». No sólo: «Chiara era una mujer moderna, bella sin ser vistosa, elegante pero no rebuscada, con una forma de hablar cautivante y armoniosa – notan los Friso –. Nosotros veníamos de la provincia, éramos dos simples empleados, bastante torpes. Con sencillez y convicción nos dijo que Jesús contaba también con nosotros, como personas y como familia». Chiara Lubich, de hecho, estaba convencida de que la espiritualidad de la unidad era especialmente adecuada para la familia, porque ésta, en su designo original, es una pequeña comunidad de personas unidas por el amor».

Hoy en día Alberto y Anna están encargados de la Asociación «Acciones de Familias Nuevas«, comprometida en el Sur del mundo y con adopciones a distancia. Cuando eran responsables de «Familias nuevas», se encontraban regularmente con la fundadora: «Escuchaba nuestras dificultades y proyectos, pero sobre todo nos animaba. Sin su impulso, hubiera sido demasiado complicado, para dos pobres criaturas, llevar adelante un movimiento de familias tan numeroso y de alcance mundial. Ella nos orientaba, nos confirmaba, soñaba con nosotros. Y muy a menudo expresaba su confianza en nosotros los casados».

Chiara Lubich acostumbraba animar a los cónyuges Friso, que son miembros del Pontificio Consejo para la familia, para que se dedicasen especialmente a los separados, a los divorciados y a los que se han vuelto a casar, es decir a aquellos que ella misma definía como «el rostro de Jesús crucificado y abandonado». El carisma de Chiara sigue anunciando a la familia y a las familias del Movimiento el amor divino hacia cada uno, «una convicción que no surge sólo de la Escritura, sino del haberlo experimentado personalmente, en nuestras vivencias. Un anuncio que resulta eficaz también para quienes ya no esperan o han perdido la fe, o piensan que la separación es inevitable. Y si Dios me ama a mí, si dio su vida por mí, yo también debo – ¡puedo! – responder a este amor, amando al prójimo que está a mi lado. Y ¿quién es más prójimo que el esposo, los hijos, los familiares?», se preguntan Alberto y Anna, explicando: «Si nos ponemos honestamente en el rayo de un amor arraigado a lo Absoluto, todo se vuelve posible: acogida, servicio, escucha, amor desinteresado, gratuidad, perdón…».

 

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