OLYMPUS DIGITAL CAMERASor Benedetta, o como la llamábamos todos amigablemente, “Sister Bene”, era conocida por todos en la Iglesia tailandesa: por los sacerdotes, las religiosas, los obispos, los laicos desde el norte al sur del país

También la conocían bien algunos monjes budistas que acostumbran visitar el focolar. Benedetta era una mujer a la que cualquiera podía acercársele y conocerla, sin temor y con delicadeza. Sabía recibir a las personas y se podía acudir a ella en cualquier momento. Un problema, grande o pequeño, una necesidad urgente, una cosa linda para compartir, Ella no se asustaba por nada, conocía bien el alma de los hombres y de las mujeres y los sabía amar. Un obispo, una vez dijo que Sor Benedetta era “una religiosa de oro y de plata” por todo el dinero que sabía encontrar para los pobres.

Cuando se iba al extremo norte de Tailandia era una especie de “obligación” pasar por su casa y “charlar un poco”, como decía ella. Se alegraba con todas las noticas de “su gran familia”, como le gustaba llamar al Movimiento y devolvía esta vida a muchas otras personas. A menudo encontrábamos en las Mariápolis a personas que llegaban porque ella les había hablado del espíritu de la unidad, o a alguien llegaba al focolar porque Sister Bene se lo había nombrado. En fin, Benedetta era una verdadera “madre espiritual” que dio mucha vida sobrenatural a mucha gente que estuvo presente en su funeral, al cual asistieron obispos, sacerdotes y un numerosísimo “pueblo de Dios”. La iglesia de Wien Pa Pao, situada al lado del convento donde ella vivía, estaba repleta ese día.

1966-08-CG-A-Suor-Benedetta-Birmania-4Sister Bene, nombre de Benedetta Carnovali, nacida en 1925, fue una columna para el Movimiento. Muchos de los miembros que componen hoy la comunidad de los Focolares en Tailandia se acercaron al Movimiento porque lo conocieron personalmente por ella (también budistas). “Una verdadera religiosa y una verdadera focolarina”, como fue definida por alguien. Una religiosa “fuera de lo común”, siempre en movimiento para llevar algo a alguien y al mismo tiempo “quieta” amando personalmente a quien encontraba. Era una amiga que te llamaba para saludarte por el cumpleaños, aunque cada año su voz se hacía cada vez más débil, pero no se debilitaba su fuerza interior. Cuando alguien se acercaba a ella nunca tenía la impresión de molestarla. Parecía que te estaba esperando y que no tenía otra cosa que hacer. Aunque en realidad no era así, basta considerar, por ejemplo, todas las adopciones “a distancia” que llevó adelante personalmente, hasta sus últimos días.

Sister Bene, conoció la espiritualidad de la unidad por un religioso, en el año 1963, y desde ese momento dio su vida para que muchos en Myanmar, donde estaba en ese momento, y luego en Tailandia (después que todos los religiosos fueron expulsados por el régimen), pudiesen conocer y comenzar a vivir este camino de la unidad. Cuando se trasladó a Tailandia, continuó profundizando su amistad con los Focolares. Cuando, raramente, tenía la posibilidad de poder pasar algunos días con nosotros, se alimentaba ávidamente de los pensamientos de Chiara Lubich.

Como todos aquellos que de verdad siguen a Dios, Sor Benedetta también tuvo su noche, “la tempestad” por seguir a Jesús, y la enfrentó como verdadera discípula de Jesús, con una caridad heroica. Estaba profundamente unida a Vale Ronchetti, una de las primeras focolarinas, y fue adelante, en medio de muchas incomprensiones: “¿Cómo es posible que una religiosa forme parte de un movimiento laico?”, le preguntaban a menudo. También vivió otras pequeñas y grandes “persecuciones” humanamente absurdas. Sin embargo, seguramente y misteriosamente, Dios se sirvió también de estas dificultades para que Sor Benedetta fuera cada vez más religiosa, cada vez más “hija espiritual de Chiara” (como ella a menudo decía) y se convirtiera en una apóstol de la unidad que – a juzgar por los frutos que proporcionó – no se compara con nadie del sudeste asiático.

Nos deja una herencia de caridad, de dulzura, de ternura y de gran fuerza, de amor y de servicio a los últimos: a la gente de la tribu Akha, por ejemplo. Nos deja esa sonrisa típica de alguien que experimenta que es posible transformar el dolor en Amor y convierte esta actitud en su motivo de vida.

Sor Benedetta “voló” al cielo a la edad de 90 años, después de haber escuchado la canción que a ella le gustaba mucho: “Sólo gracias”. Murió extenuada pero serena, como siempre vivió, en la paz porque estaba segura de que “aquellos brazos” que la recibieron de niña (ella era huérfana de padres) y que la llevaron adelante en su vida de religiosa, la estaban esperando para darle el último abrazo en el último tramo de viaje; el más importante.

Una mujer maravillosa que testimonia que también hoy podemos hacernos santos.

Luigi Butori

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