«Vivo en Erbil, en el norte de Iraq, en donde, en 2010, empecé una escuela para los niños kurdos – cuenta Malu Villafane, nacida en Filipinas –. En estos años, he trabajado en el santuario local, organizando varias actividades. En agosto pasado, el santuario se convirtió en un campo de refugiados. Las ciudades de Sinjar y Mosul y las aldeas limítrofes, como Qaraqosh, Qaramlesh, Bartalla y otras, fueron invadidas por el ISIS. Los habitantes huyeron dejando todo y se refugiaron en Kurdistán, donde estamos nosotros. En el campo había una atmósfera muy pesada, de profundo pesimismo, los niños estaban desorientados… Junto a los responsables del Centro organizamos algunas actividades para los chicos, involucrando también a algunos colegas de mi escuela».
¿Cómo ha sido la convivencia, en estos años, entre cristianos, musulmanes, yazidíes y otras etnias como los kurdos, los turkmenos, etc.?
«Había respeto entre ellos, trabajaban juntos. Yo, por ejemplo, trabajo con kurdos, turkmenos, árabes y otros extranjeros. Cuando se produjo la crisis, muchos kurdos expresaron su disponibilidad para recibir a los refugiados en sus casas. El pueblo de Kurdistán no comparte esta masacre».
¿Cuándo empezó la crisis de los refugiados en Erbil? ¿Dónde se alojaron? ¿Cuáles perspectivas pueden tener para los próximos meses?
«La crisis que causó estas migraciones forzadas empezó en junio de 2014 y empeoró a los inicios de agosto. La gente perdió todo: casa, trabajo, escuela. Muchos de ellos, en un primer momento, se refugiaron en edificios vacíos, en iglesias, a lo largo de la calle y, los que podían, con sus familiares en Erbil. Muchas ONG, junto a la Iglesia, han tenido que afrontar la emergencia sin ninguna preparación. ¡Necesitaban de todo! Juntos, recogimos muchos artículos de primera necesidad. En ese periodo la temperatura durante el día subía casi hasta los 50°C, un infierno, y ahora, durante el invierno, hace mucho frío. Las carpas no eran suficientes para atender a millares de familias. Hay campos que no tienen ni agua ni comida en algunos momentos. Sin embargo, después de algunos meses, los niños han empezado a sonreír, a jugar, a hacer otras experiencias fuera del campo, como ir a la piscina o al parque público. Los padres, viendo la alegría de sus hijos, han vuelto a encontrar la esperanza. Han empezado a limpiar el campo, a cocinar y a darnos una mano.
Después de haber vivido con ellos esta dramática situación, mi vida se ha transformado. Mi estadía aquí en Iraq ha encontrado un sentido profundo: he vivido por la fraternidad universal».
¿Pero tiene sentido trabajar por la fraternidad? ¿Qué te impulsa a seguir trabajando en el campo?
«Si miro las circunstancias desde el punto de vista humano, me desanimo y me da ganas de huir. En cambio, si miro todo lo que sucede a través de una mirada de esperanza fundada en la fe, logro ir más allá de los sufrimientos que veo. He pensado en la frase del Evangelio: “Cuando tuve hambre, me diste de comer; cuando estaba triste me consolaste…”. Estas palabras me han dado la fuerza para afrontar las dificultades cotidianas que encuentro en el campo. Es difícil explicar o describir el dolor que hay allí. Muchos de ellos han perdido la esperanza porque lo perdieron todo. Esta experiencia me ha abierto el corazón para acoger al otro como a un hermano, como a una hermana. Me ha dado la posibilidad de salir de mi mundo «cómodo» para ponerme al servicio de los demás. Quiero vivir por la fraternidad universal no porque puedo resolver los problemas, sino porque, con pequeños pasos, se puede dejar una semilla. La paz crece sobre todo a través de las pequeñas cosas que todos los días hacemos por los demás».
¿Qué podemos hacer nosotros desde aquí para ayudarlos y hacer sentir nuestra cercanía a estas personas?
«Creo que es necesario afrontar el tema de la “desinformación”. A pesar de que la emergencia todavía está en curso, casi no se habla de ella. Hay que difundir una cultura que acoge y que escucha, sobre todo entre pueblos y religiones distintas en vuestras ciudades; promover iniciativas y proyectos que derrumben las barreras. Les agradezco por su ayuda y sigamos creyendo que la Paz es posible».
Fuente: Humanidad Nueva online
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