20150608-b«En Sarajevo se respira una atmósfera de paz», exclamó el cardenal Puljic en vísperas de la llegada del Papa. La ciudad lo esperó con mucha alegría, preparándose durante algunos meses. Los rumores que alertaban al cuerpo de seguridad fueron desmentidos por una acción conjunta en la preparación, en la que la Iglesia y el Estado trabajaron en armonía. Este trabajo y la disponibilidad por parte de los ciudadanos de respetar las reglas, permitieron que todo funcionara de la mejor manera. Sarajevo, la ciudad que Juan Pablo II definió la Jerusalén europea, esperó al Papa de fiesta.

Que la paz esté con vosotros era el lema de la visita del Papa a Bosnia y Herzegovina, “una tierra probada por conflictos, el último de los cuales está todavía muy presente en la memoria de sus habitantes bosnios, serbios y croatas”, escribe Gina Perkov, periodista de Novi Svijet (Croacia). “La guerra, de hecho, dejó consecuencias trágicas: muertes, destrucciones y el exilio de muchas personas. La presencia de los católicos (en su mayoría croatas) se redujo a la mitad”.

Los habitantes estaban agradecidos por el hecho de que esta vez los ojos del mundo entero estuvieran clavados en ellos debido a un feliz acontecimiento y alimentaban la esperanza de que este evento ayude a resolver los varios problemas políticos “de los que tienen la culpa también algunos países de la Unión Europea que permitieron y apoyaron la limpieza étnica”, como testimonia en su reciente libro Mons. Franjo Komarica, obispo de Banja Luka (actual República de Serbia).

En el estadio olímpico de Kosovo, durante la celebración eucarística, ante unas 70 mil personas (de las cuales 23 mil eran de Croacia), el Papa lanzó un fuerte mensaje de paz. «La paz es el sueño de Dios, es el proyecto de Dios sobre la humanidad … Hoy, una vez más, se eleva desde esta ciudad el grito del pueblo de Dios y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad: ¡nunca más la guerra! … Hacer la paz es un trabajo artesanal: requiere pasión, paciencia, experiencia, tenacidad. Felices aquéllos que siembran paz con sus acciones cotidianas, con actitudes y gestos de servicio, de fraternidad, de diálogo, de misericordia… La paz es obra de la justicia … justicia practicada, vivida … La verdadera justicia es hacer a esa persona, a ese pueblo, lo que me gustaría que me hiciesen a mí, a mi pueblo … La paz es un don de Dios porque es fruto de su reconciliación con nosotros… Hoy pedimos juntos al Señor, la gracia de tener un corazón sencillo, la gracia de la paciencia, la gracia de luchar y trabajar por la justicia, de ser misericordiosos, de construir la paz, de sembrar la paz y no guerra ni la discordia. Este es el camino que nos hace felices, que nos hace bienaventurados”, concluyó.

Fueron momentos inolvidables vividos con un hombre, el Papa, que habló no sólo con las palabras (sintéticas y claras), sino también con los gestos. Se dio un paso nuevo hacia la paz. «Hoy no hay peleas, no hay problemas, así deberían ser todos los días», comentó alguien por la calle.

Por la tarde, Francisco se encontró con sacerdotes, religiosos, religiosas y personas consagradas en la Catedral, con los representantes de las varias confesiones y religiones y finalmente con los jóvenes.

La comunidad del Movimiento de los Focolares se hizo presenta a través de obsequios y participó de los distintos momentos de encuentro.

20150608-aEl Ideal de la unidad llegó a Bosnia y Herzegovina en 1975 a través de algunos jóvenes presentes en la Mariápolis de Zagreb (Croacia).

En 1992 estalló la guerra: innumerables pérdidas, destrucciones, muertos, refugiados. Muchísimas personas huyeron hacia los distintos países de Europa. Se trató de apoyar en todas las formas a quienes se quedaron en el país. Ya que las carreteras estaban cerradas, este apoyo llegaba a través de cartas o cajas de alimentos.

A través del amor concreto de quienes vivían la espiritualidad de la unidad, muchos musulmanes y cristianos encontraron este Ideal. Una vez que terminó la guerra, volviendo a Bosnia, ellos mismos se convirtieron en portadores y testigos de este espíritu nuevo.

“Al inicio de 1996, apenas fue posible, aunque la guerra seguía, fuimos a visitarlos – cuentan los testigos de ese periodo –. Nos encontramos frente a escombros, casas destruidas, tanques armados, constantes controles de la policía y de vez en cuando, la explosión de una granada… La ciudad de Sarajevo estaba sin árboles, porque habían sido todos quemados por las granadas o por las mismas personas que habían tratado de calentarse de alguna manera durante los inviernos helados”.

La chispa del Ideal de la unidad, recibida por algunas personas muchos años antes y custodiada en el corazón, se prendió completamente en ellos precisamente durante la guerra. Esta gente marcada por el sufrimiento, necesitada de tantas cosas, fue capaz de intuir lo esencial. Estaba sedienta de la verdad. Eran católicos, pero también musulmanes, ortodoxos, todos agradecidos por el descubrimiento del amor de Dios que había transformado su vida.

La actual situación en Bosnia no está resuelta. Los católicos emigran, sobre todo los jóvenes, y se teme otro conflicto. La comunidad de los Focolares encuentra fuerza en la unidad, pequeño signo concreto de aquella unidad anhelada por Juan Pablo II en 1997, en ocasión de su visita a Sarajevo, cuando deseó que llegara a ser, después de la tragedia de la guerra, el modelo de convivencia para el 3° milenio.

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