sindone«La revista francesa “Paris Match” ha publicado un largo artículo sobre un documento importantísimo que puede desvelarnos algo de Aquél a quien amamos.

Lo he leído deprisa, pero me ha impresionado.

Durante este año – por deseo de los gen – he tratado de hablar de un solo argumento: Jesús crucificado y abandonado.

Queremos conocer ese misterio, queremos desentrañarlo.

Queremos ver, saber y comprender, en la medida de los posible, lo que puede ser considerado el vértice de la pasión de Jesús.

“Paris Match” refería un estudio realizado acerca del sudario – la Síndone – que envolvió el cuerpo de Jesús cuando fue sepultado. Se conserva en Turín. Los estudios realizados sobre este extraordinario trozo de tejido hacen pensar que sea verdaderamente auténtico.

El mismo revela algo, mejor dicho, mucho, de Cristo cuando vivía su agonía elevado allá arriba entre la tierra y el cielo.

Hoy querría hablarlos de este Jesús Hombre.

Me interesa muchísimo, porque en aquellas carnes vivía esa Alma que atravesó la terrible oscuridad del abandono.

El sudario, como dice “Paris Match”, es en sí mismo un reportaje: de hecho muestra impresos muchos signos del cuerpo santo de Cristo. Dice que Jesús era un hombre fuerte y trabajador: la musculatura de la espalda y del brazo derecho y las manos lo demuestran. La musculatura de las piernas dice que era un caminador: y nosotros por el Evangelio sabemos algunas de estas cosas.

Fue terrible su flagelación: más de cien golpes dados con un preciso orden.

Clavados sus pies, todo su cuerpo estaba privado de cualquier apoyo y caía hacia delante, sujeto solamente por los clavos de las manos.

La corona de espinas no fue como siempre la imaginamos. La presencia de grandes agujeros en la cabeza dice que le hincaron en la cabeza un casco entero de espinas.

El rostro, con un ojo tumefacto, no estaría tan ensangrentado como el resto del cuerpo, lo cual confirmaría el episodio de la Verónica que conocemos por tradición.

Una rodilla está lesionada por una fuerte caída.

Sangre de todas partes.

Una espada atravesó su corazón, entrando por la parte baja del tórax…

Dolor, dolor, dolor indescriptible, inconcebible.

Así por tres largas, eternas horas, sin descanso, sin perder la conciencia nunca.

He comprendido que nadie en el mundo puede decir que ha sufrido como Él; y que Él puede decir algo más, siempre, a cualquier persona del mundo visitada por algún sufrimiento. Un joven coreano, hace unos días, me preguntó: « ¿Por qué sufrió Jesús?».

Había que reajustar una fractura entre Dios y el hombre. Sólo un precio como el suyo habría podido  repararla.

Hoy parece que hayan decaído los tiempos en los que los cristianos meditan los dolores de Jesús y siguen paso a paso su subida al Calvario. Sin duda han ido cayendo en desuso algunas prácticas oxidadas por el tiempo y vaciadas de significado, al no ser ya expresión de amor verdadero.

«Mujeres, ¿por qué lloráis por mí? No lloréis por mí, sino por vosotras mismas» (Lc 23, 28), ha repetido Jesús hoy a ciertos cristianos que no comprenden sino la superficie de las cosas y tienen en sí una piedad petrificada o casi, sólo sentimental.

Es necesario comprender dos cosas antes de penetrar en el misterioso dolor de nuestro Amigo crucificado, vivo entre los vivos, por todos los siglos.

Y es que Él ha soportado todo por amor.

Y que nosotros debemos responder a su amor con nuestro amor.

¿Cómo?

Debemos hace de todo  dolor físico, pequeño o grande, que nos afecte, un don a Él, para continuar, también en nosotros, veinte siglos después, su Pasión para la salvación del mundo.

Él, en efecto nos ha advertido: «Si alguno quiere venir en pos de mí… tome su cruz y me siga» (Mt 16, 24; Mc 8, 34; Lc 9, 23)».

Chiara Lubich

De “Gen”, junio 1970: editorial

Centro Chiara Lubich

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