“Si observo lo que el Espíritu Santo hizo con nosotros y con muchos otras «empresas» espirituales y sociales que hoy trabajan en la Iglesia, no puedo sino esperar que Él actuará de nuevo y siempre con semejante generosidad y magnanimidad.

Y esto no sólo con respecto a las nuevas obras que nacerán de su amor, sino también para el desarrollo de las que ya existen, como la nuestra.

Mientras tanto para nuestra Iglesia sueño un clima más conforme a ella como Esposa de Cristo; una Iglesia que se presente al mundo más bella, más una, más santa, más carismática, más identificada con su modelo, María, por lo tanto, mariana, más dinámica, más familiar, más íntima, más configurada con Cristo, su Esposo. La sueño como faro para la humanidad. Sueño en ella una santidad de pueblo, nunca vista antes.

Sueño que el despertar – que hoy se comprueba – en la conciencia de millones de personas, de una fraternidad vivida, cada vez más amplia en la tierra, se transforme mañana, con los años del 2000, en una realidad general, universal.

Sueño por ello, que desaparecerán las guerras, las luchas, el hambre, los miles de males del mundo.

Sueño un diálogo de amor cada vez más intenso entre las Iglesias, que nos permita ver más cercana la composición de la única Iglesia.

Sueño que se hace más profundo, vivo y activo el diálogo entre las personas de las más variadas religiones vinculadas entre ellas por el amor, «regla de oro» presente en todos los libros sagrados.

Sueño con un acercamiento y enriquecimiento recíproco entre las varias culturas en el mundo, que dé origen a una cultura mundial que ponga en primer plano los valores que siempre fueron la verdadera riqueza de cada pueblo y que se impongan como sabiduría global.

Sueño que el Espíritu Santo continúe invadiendo las Iglesias y potencie las «semillas del Verbo» más allá de sus fronteras, para que el mundo sea invadido por las continuas novedades de luz, de vida, de obras que sólo El sabe generar. Para que hombres y mujeres cada vez más numerosos emprendan rectos caminos, converjan a su Creador, predispongan almas y corazones a su servicio.

Sueño relaciones evangélicas no sólo interpersonales, sino entre grupos, Movimientos, Asociaciones religiosas y laicas, entre los pueblos, entre los Estados, de modo que sea lógico amar la patria de los demás como la propia. Y sea lógico tender a una comunión de bienes universal, por lo menos como punto de llegada.

(…) Sueño, por lo tanto, un anticipo de Cielos nuevos y una tierra nueva como es posible aquí en la Tierra.

Sueño mucho, pero tenemos un milenio para verlo realizado”.

Chiara Lubich

De: Actualidad: leer el propio tiempo, Cittá Nuova, Roma 2013, pag. 102-103

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