8802_100124_00293-300x199Aquella noche con amigos
Tengo amigos muy queridos, la mayoría agnósticos, a quienes nos les había hablado nunca explícitamente de mi vida espiritual. Esto siempre me había dejado la sensaciónde algo incompleto. Una noche mientras paseábamos, al pasar frente a una iglesia, sentí el fuerte deseo de entrar un momento a saludar a Jesús. Estando en compañía me parecía fuera de lugar, pero quise seguir este impulso. Durante la breve parada en la iglesia, se me ocurrió decirle a Jesús: “Estate conmigo, porque yo estoy contigo”. Poco después, durante la cena, sentí que debía “descubrirme” delante de mis amigos, ¡pero no sabía por dónde comenzar! Llegados a un determinado punto por parte de ellos ha nacido espontáneo afrontar el argumento sobre la fe. Hemos compartido un momento hermosísimo. Ellos me han expresado sus propias perplejidades, y de mi boca han salido palabras que no me esperaba. ¡Y todo en el respeto recíproco! Nunca habría podido suceder algo semejante si no hubiese habido como base esta relación profunda entre nosotros. Giuseppe – Italia

Delicadeza
Soy enfermera en el reparto de radiología. En el pasillo algunos pacientes esperan en su camilla. Una de ellos, con los brazos vendados, ha quedado destapada. La saludo y con delicadeza la cubro con la sábana. Pasan algunos años. Un día, en la presentación de un libro, se me acerca una señora muy elegante: “Le agradezco por cómo aquel día usted ha respetado mi dignidad”. Casi no la reconozco. Ella continúa: “Es cuando se sufre que se tiene más necesidad de ser respetados como personas. Gracias porque su servicio no la ha hecho insensible” E.M. Hungría.

El abrazo
Sentado frente al escritorio del Centro de Caritas en el que trabajo, estoy escuchando a un inmigrante morroquí que por su aspecto y vestido evidencia un pasado de sufrimiento. Está desesperado porque, desde hace tiempo no tiene trabajo, dentro de pocos días sufrirá el desalojo de donde se hospeda por no haber pagado el alquiler. Le pregunto -como hago con muchos como él- si tiene amigos en la ciudad, que puedan ayudarlo. Su reacción es inesperada, explota en sollozos convulsivos repitiendo: “¡Estoy solo, solo! ¡No tengo a nadie!”. Quedo sin palabras, aplastado por un sentido de impotencia. Luego, como por un impulso, me levanto y voy a abrazarlo. Poco a poco se calma. Se pone de pie también él y con voz serena dclara: “Ahora sé que ya no estoy solo” y hace un ademán como si fuera a irse, como si ese simple gesto fraterno hubiera bastado para darle esperanza. A este punto soy yo el que lo detengo para indicarle cómo procurarse ropa, aprovechar el comedor de Caritas y también tener una cama en nuestro dormitorio. Cuando nos separamos ya está completamente sereno. Sandro – Italia

Aquel niño

Hacía frío. Mi padre, que ya había salido para ir al trabajo, vuelve a casa poco después con un niño que encontró en la calle, vestidos con harapos. El niño miraba a su alrededor. Mi padre pide a mi madre: “¡Vístelo!”. Y ella, toma las mejores ropas mías y de mi hermano, y lo viste. La imagen de aquel niño feliz ha quedado en mí como un modelo. No recuerdo otros detalles, sino sólo que estaba feliz. Desde aquel momento he visto en cada niño, bello y feo, rico o pobre, como a un “hermano”. T.M. – Italia

 

 

 

 

No comment

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *