Syrian boys walk shoulder to shoulder in the rain at the Boynuyogun refugee camp on the Turkish-Syrian border in Hatay province February 8, 2012. There are 1,750 Syrian refugees living in the camp which was set up by the Turkish Red Crescent. The Turkish Foreign Ministry says there are currently some 10,000 Syrian refugees living in six different camps in Turkey. REUTERS/Murad Sezer


Foto: REUTERS/Murad Sezer

«Mientras que los disparos de mortero resuenan cerca nuestro, el miedo y la preocupación nos invaden ya sea por nuestra vida como por la de todos nuestros conocidos cristianos o musulmanes, sirios o extranjeros. Estamos unidos porque pertenecemos a la humanidad y somos todos hermanos y hermanas. En estas calles de Damasco se vive y se muere juntos, sin ninguna distinción.

El balance del bombardeo es trágico: 9 muertos y 52 heridos. Nadie habla de esto. París ocupa por ahora el primer lugar. Pero estos son los números de la guerra del otro lado del Mediterráneo, son los números de un día. No quiero hacer sumas que vuelvan aún más horroroso todo lo que aquí aparece como una cotidianidad normal. Apenas el estruendo termina, porque el ruido de las bombas es ensordecedor, tomo el celular y llamo a los parientes y amigos: “¿Estás bien? ¿Dónde estás? ¡No te muevas de allí! Espera…” Estas son las preguntas recurrentes después de cada bombardeo y después de los asaltos al barrio. Nos aconsejamos mutuamente de quedarnos quietos en el lugar en que estamos, que por ahora nos ha dado refugio y salvación y allí uno se queda porque no se sabe a dónde ir.

La oficina, la cocina, el vestíbulo se convierten en refugios o tumbas según donde hayan caído las bombas, si erraron el blanco o acertaron. En mi interior las preguntas se suceden continua e insistentemente: “Pero, ¿es normal vivir con esta agitación? ¿Es normal que la gente tenga que vivir siempre en el miedo? ¿Por qué la otra parte del mundo calla? ¿Hasta cuándo tendrá que durar este absurdo? ¿Es posible que el poder, el dinero, los intereses puedan vencer sobre la voluntad de paz de los pueblos y de la gente sencilla?

La ciudad de Aleppo al principio de noviembre quedó durante 15 días sin víveres y las rutas de acceso estaban cerradas. Las minas son otro de los legados de esta guerra. Antes de reabrir cualquier ruta de tránsito, es necesario quitar las minas. Un pueblo cercano a Homs fue puesto en la mira del Isis y hay casi tres mil personas desalojadas. La gente desea que la guerra termine y se hace muchas preguntas: “¿Quién proporciona armas a estas milicias crueles? ¿Por qué en lugar de alimentos sólo llegan municiones y artefactos bélicos?”

Estas preguntas nos angustian, mientras que la oración se convierte en el bálsamo, nuestra roca. La comunidad cristiana trata de vivir en la normalidad. Se reúne en las celebraciones, trabaja en muchos proyectos de solidaridad, pero somos pocos. La gente se va de forma inexorable, abandona una tierra amada porque no se ven perspectivas de solución y aquí todo es carísimo, desde los medicamentos hasta la comida. Pero también aquél que se va, desea volver: está a salvo, pero no es la vida en Siria, no son las mismas relaciones, no son los mismos gustos, no existe la misma complicidad. Sin embargo no están divididos. Están esparcidos, continúan viviendo todos juntos por la misma paz».

 

Fuente:  Città Nuova

 

 

1 Comment

  • Condivido la vostra angoscia ! Il silenzio dell’Occidente e la complicità di persone ed entità malvagie che continuano a sovvenzionare il conflittio in Siria ed in Irak è sconcertante.
    Ma qualcuno è con voi, soffre con voi, prega con voi e ‘grida’ con voi per coscientizzare la gente.

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