20160308-a (2)«Se podría decir que ésta es la hora de la mujer: no porque la prensa no haga más que hablar de divorcios y de chismes y de lo que las divas han puesto de moda, sino porque se siente que en la convivencia, que es fruto de la dialéctica hombre-mujer, sea más que nunca necesaria, la presencia de la que es o será madre; naturalmente o espiritualmente. El organismo social sufre como nunca antes, por la carencia de la femineidad plena, sana, normal, es como un vuelo en donde una de las alas está demasiado agitada, la otra apagada, y se avanza entonces en el desorden. La conciencia del pueblo es que ésta es la hora de la mujer; pero de una “mujer, mujer”, y no de una contaminación o rival del hombre, casi como un hombre .

La historia de los últimos siglos, en los cuales el tipo del hombre fuerte- del superhombre- fue forjado con el desprecio de la femineidad, ha sufrido el exceso de masculinidad. No equilibrada con la femineidad. Un defecto igual y contrario de la femineidad que no está integrada y ni sostenida por la virilidad. Hoy las mujeres tienen derecho al voto, conquistan puestos de trabajo en las oficinas, invaden la vida pública. Pero su influencia sigue siendo descolorida, como antes o peor que antes, porque al entrar en la competencia política, se alinean con los varones, asimilan sus ambiciones, se adecuan a sus métodos, se vuelven machos de segunda categoría. Suman sus votos, sin discriminación considerable, a los votos de los hombres de modo que el juego de los varones continúa como antes, sin la corrección, sin la integración, sin la iluminación del otro factor que es indispensable. Se sigue volando (o se cae en picada) con una sola ala.

Pensemos en lo que ha sido y en lo que es el atractivo de María: sólo su nombre significa sublimación de la mujer, la mujer que se convierte en el punto de inserción de lo divino en lo humano y como ianua coeli, (Puerta del Cielo), movimiento de ascensión de lo humano hacia la vida de Dios. La sociedad requiere la presencia de la mujer, para que ella aporte a la sociedad las instancias de la maternidad, es decir, de la vida y por lo tanto, del alimento material y moral, de la educación, del amor en la paz y en el trabajo, de la familia que se reúne en la pureza y por lo tanto de la condena de los totalitarismos y de la guerras: pues la mujer por naturaleza significa generación de vida y no producción de muerte, para el bien de los hijos: y éstos serán el Estado y la Iglesia del mañana, serán la humanidad de siempre».

(Igino Giordani, «Fides», 1961)

 

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