Nadine-01«Tenía 17 años -cuenta Nadine, focolarina libanesa, ahora en Argelia- cuando estalló la guerra en Líbano: escuelas cerradas, calles minadas, bombas día y noche, francotiradores, heridos, muertos…Con otros jóvenes fascinados por la espiritualidad de Chiara Lubich, en medio de los trágicos eventos que empezaban a arreciar nuestro país escuchábamos resonar las mismas palabras de los primeros tiempos de los Focolares, durante la segunda guerra mundial en Trento, Italia: “todo cae, sólo Dios permanece”. También nosotros como Chiara y las primeras focolarinas, podíamos morir de un momento a otro y también nosotros, como ellas, habríamos querido presentarnos a Dios “habiendo amado hasta el final”. Habíamos aprendido que amar significa prestar atención a las necesidades de quienes teníamos alrededor. En esos instantes no era tan fácil, pero cuando lo lográbamos sentíamos que el corazón se liberaba del temor y casi no nos dábamos cuenta de la tormenta de odio y de violencia que nos rodeaba. Así pudimos ayudar a muchos a seguir adelante. A menudo le escribíamos a Chiara para contarle lo que vivíamos y ella nos respondía personalmente todas las veces».

«Recuerdo todavía los episodios de violencia y los secuestros cuando empezaron las discriminaciones por la pertenencia religiosa. También mi papá fue secuestrado dos veces. Chiara nos hablaba de los primeros cristianos y de su valentía de dar testimonio de la fe también delante de los persecutores romanos. Uno de nuestros amigos, Fouad, había logrado participar en un congreso Gen en Roma. Regresando a Líbano, mientras recorría el camino del aeropuerto a la ciudad, fue detenido por algunos hombres armados. Era la zona musulmana y en su cédula de identidad estaba escrito: cristiano maronita. “Sí, soy cristiano –admitió Fouad- y estoy regresando a casa”. “Tú vienes con nosotros”, le dijeron. Siguió un largo interrogatorio y al final la sentencia: “¿Tú sabes lo que te espera?”. El chico entendió que para él todo había terminado. Uno de los militares se lo llevó a un puente donde ya habían sido asesinados muchos cristianos. Mientras caminaba trataba de calmar la agitación interior y pensó en qué podía querer Dios de él en ese momento. “Amar a este prójimo”, fue lo que se le ocurrió. Trató de hacerle sentir a ese hombre todo su amor: “Debe ser difícil –le dijo Fouad-, debe ser feo hacer este trabajo, hacer la guerra”. Llegando delante del puente, el militar se detuvo, lo miró y exclamó: “Regresemos”. Recuerdo que Chiara, particularmente impresionada por el testimonio de este joven, quiso divulgar el episodio para la edificación de todo el Movimiento».

20160315-a«Cada vez que había un “cese al fuego” volvíamos a reunirnos, a frecuentar el focolar… Nuestros padres tenían miedo por nosotros, pero no podíamos detenernos. Estrechar la unidad entre nosotros era la energía vital que después nos permitía amar a todos. Y fue precisamente en los años de la guerra donde muchos de nosotros sentimos el llamado a donarnos totalmente a Dios. Chiara nos sostenía con su ejemplo, con su palabra. Seguía con afecto las peripecias de las familias probadas por muchas restricciones y por el cansancio. Algunas habían perdido el trabajo, la casa. Otras vivían desde hacía años en los refugios y deseaban dejar el país para poder ofrecer un futuro a sus hijos, algunos habían sido heridos… Para todas ellas Chiara abrió las casas del Movimiento, para darles la oportunidad de pasar un período en el extranjero para que se recuperaran o para establecerse en otro lugar definitivamente. También lanzó una campaña para recoger fondos para cubrir los gastos del viaje. Y como el aeropuerto de Beirut permaneció cerrado durante años, nos mandó a nosotras focolarinas a abrir un punto de apoyo en Chipre – la única vía de acceso al exterior por mar – para facilitar la salida de quienes se iban».

20160315-01«Este amor concreto de Chiara iba siempre acompañado con su fuerte estímulo espiritual. Después de años de una vida extenuante, a menudo nos sentíamos débiles e impotentes. Entonces Chiara, refiriéndose a la nubecita con la que Dios se hizo presente al pueblo judío, nos sugería que nos lanzáramos a vivir de forma nueva la Palabra. La vida del Evangelio, -nos decía- es “la nubecita” con la que Dios se hace presente en el desierto de esta absurda guerra que estábamos sufriendo. Y desde esta “nubecita”, seguía diciendo- no sólo atraerán a muchos a vivir el Evangelio, sino que sacarán la fuerza para seguir amando… hasta el final».

 

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