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Los frutos de la Palabra

«Años atrás, tres personas le preguntamos al  nuevo párroco si podíamos profundizar la Palabra de Dios. Nos dio su aprobación para realizar un encuentro que antecedía la liturgia dominical. Cuanto más nos esforzábamos en poner en práctica la Palabra, más personas se acercaban para participar del encuentro. En pocos meses éramos un grupo numeroso. La relación entre los más asiduos era como la de una verdadera familia. Y en la parroquia se empezaba a respirar otro clima. Ahora ya no nos satisfacía vivir solo de la oración y del esfuerzo individual para ser buenos cristianos; nos sentíamos involucrados en un camino comunitario en el cual cada uno se comprometía a alcanzar la meta de la santidad junto con los demás. Sentíamos que Jesús estaba cercano, entre nosotros, y esto traía consecuencias: además del feliz descubrimiento de una nueva imagen de la Iglesia, nacía la exigencia de compartir también los bienes materiales con aquellos más desafortunados, sosteniendo familias en dificultad, jóvenes desorientados, personas necesitadas de redescubrir el amor de Dios. Y no solo en el ámbito parroquial»(Lucio – Italia)

El aguinaldo olvidado.

«Estaba en el mercado, cuando, acordándome de que mis padres se habían quedado sin dinero, hice las compras también para ellos. Volviendo, vi a una niña que lloraba en la calle: tenía hambre y su familia – me dijo- no tenía nada para comer. Consultando con mi marido Antonio, decidimos llevarle a esa familia la mitad de las compras del mes. Al día siguiente, la hija de nuestra vecina vino a contarnos que el papá se había ido a buscar trabajo y aún no había vuelto. Tampoco ellos, en la casa con tantos hijos, tenían algo que comer. Me dije: “Ahora basta, ya hicimos todo lo que pudimos”. Pero cuando Antonio me recordó que no habíamos dado todavía lo necesario, dividimos otra vez lo que había quedado del presupuesto mensual. Ahora no teníamos más dinero para las compras, pero cada día nos llegó el auxilio por parte de alguien. A fin de mes, mi sueldo era el doble de lo acostumbrado. No era un error: era el aguinaldo del cual me había olvidado»(B. P. – Brasil)

 

Tradiciones con corazón nuevo

«En nuestra sociedad, especialmente en los pueblos, por tradición los hombres no ayudan en las tareas de la casa y las mujeres, aún cuando están enfermas, trabajan: no se sienten víctimas y ni siquiera los hombres se sienten crueles. Así pasa también en mi casa. Si mi esposa estaba haciendo un trabajo y yo leía un libro o miraba la tele, no se me ocurría levantarme si el bebé lloraba: eso era tarea suya. Cuando, con la ayuda de amigos cristianos, me di cuenta de que los otros  tienen derecho a mi amor, a mi ayuda, sentí que tenía que comenzar sobre todo en mi casa. Un día mi esposa, mientras  estaba preparando el desayuno, tuvo que ocuparse del niño, y entonces yo puse la mesa. A su vuelta se quedó sorprendida pero no hizo comentarios. Pero cuando planché yo solo mi camisa para ir a la oficina, eso fue demasiado para ella… Entonces le conté sobre la belleza de ser los primeros en amar y hacer a los otros lo que quisiéramos que nos hicieran. Ahora en la familia existe más armonía»(W.U. H. – Pakistán)

 

 

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