“Nosotros no damos una gloria tan grande a Dios como cuando nos esforzamos por aceptar a nuestro prójimo, porque entonces ponemos las bases de la comunión fraterna y nada da tanta alegría a Dios como la auténtica unidad entre los hombres. La unidad atrae la presencia de Jesús entre nosotros y su presencia transforma cada cosa”. (Chiara Lubich)

El colegio
En el colegio donde vivía, en Praga, varias veces me sucedió que me encontré con la señora de la limpieza. Como había sido gentil con ella, noté que limpiaba más a menudo la habitación que compartía con un búlgaro y que frecuentemente enceraba el parqué. No sabía cómo agradecerle y, como tenía una maquinita de café expreso, una vez pensé que le agradaría si le ofrecía un buen café. No dijo nada, pero después me confesó que para ella, que estaba acostumbrada al “café a la turca” el otro era demasiado fuerte. Así se abrió un diálogo sobre las costumbres en las distintas culturas e incluso llegamos a hablar de la fe. Ella me dijo que cuando era pequeña había frecuentado la parroquia, pero que después, durante el comunismo, se había alejado. A partir de ese momento, cuando terminaba de hacer la limpieza, si estaba en el colegio, se quedaba conmigo, siempre tenía muchas preguntas sobre la vida cristiana. Un día me confió: “Este trabajo siempre ha sido humillante para mí, pero desde que conocí esta otra visión, me parece que he regresado a mi infancia, y que he comprendido el sentido de mi vida”.
(T.M. – Eslovaquia)

Con ojos nuevos
Mi esposa y yo habíamos llegado a una encrucijada: yo sólo veía sus defectos y ella sólo veía los míos. Las discusiones se habían intensificado y parecía que cada acontecimiento, también con respecto a nuestros hijos, alimentara esta guerra. Un día, mientras acompañaba a la más pequeña a la escuela, ella me dijo: “Sabes papá, el profesor de religión nos explicó que el perdón es como un par de lentes que nos hace ver con ojos nuevos”. Esta frase dicha por una niña no me dejó tranquilo. La seguí meditando todo el día. Durante la noche, regresando a casa, tuve una idea, fui a la floristería y compré tantas rosas como los años que tenía de matrimonio. Mi esposa al inicio reaccionó mal (¿un nuevo error?), después, viendo la alegría de los hijos, sobre todo de la más pequeña, cambió de actitud. Esa noche, después de largos silencios, algo se movió. Fue el inicio de un nuevo camino. Realmente me parecía que tenía ojos nuevos y que podía ver a mi esposa y a mis hijos como nunca los había visto.
(J.B. – España)

Tentación
Nos encontrábamos con una gran necesidad de una fuerte suma de dinero para saldar una deuda. Esa mañana un cliente pasó por donde nosotros, entró con la intención de comprar seis maquinas. Después de cerrar el negocio, él nos hizo la propuesta de aplicarles un adhesivo con el logo de una marca famosa. Me tomó de sorpresa, y aunque sabía que era una praxis común en nuestro mercado, viví un momento de suspensión, porque corría el riesgo de perder un buen negocio, pero no me parecía bien aceptar su ofrecimiento. Después de consultarme con mi marido, comprendimos claramente que no podíamos ceder y traicionar nuestra conciencia cristiana. El cliente nos miró sorprendido. Ante su pregunta si éramos católicos, respondimos que sí. Su cara se relajó: “Hoy he constatado lo que significa ser fieles a la propia fe. No se preocupen, les compraré a ustedes. Yo era cristiano, pero viendo cómo se movían todos en el comercio, me dejé llevar por la tentación. Desde hoy ya no lo haré más”.
(G.A. – Nigeria)

Un trabajo para dos
Durante una capacitación para ser vendedor de bebidas y emparedados en los trenes, pregunté si se podían distribuir los emparedados que no se vendían a los indigentes. Esto no entraba dentro del perfil de la empresa y por lo tanto no me contrataron. Desilusionado, pero seguro de que Dios me habría ayudado, encontré trabajo en la cocina de un restaurante. Allí, de acuerdo con los colegas, en la noche podía distribuir comida a quienes estaban en necesidad. Un día el jefe me anunció que en la cocina necesitaban sólo un trabajador. Estaba yo y un hombre musulmán que se había vuelto mi amigo. Cuando respondí que prefería que se quedara él, porque tenía familia, el jefe replicó que me había elegido a mí. Aunque estaba agradecido, reiteré mi pensamiento. Y él: “Por primera vez me siento empujado por un chico como tú a revisar mi decisión”. ¡Al día siguiente, reexaminando la situación, decidió que ambos podíamos seguir trabajando!
(D. – Inglaterra)

No sólo huésped
Habíamos acogido en nuestra casa durante todo un año a una chica brasileña que había venido a Italia con un programa de intercambio cultural. Pero Julia no lograba injertarse en nuestra familia y nosotros, considerándola un huésped, no contribuíamos al objetivo. Cuando nos dimos cuenta y empezamos a tratarla igual que a nuestras dos hijas las cosas cambiaron, ella se sintió amada y poco a poco creó un vínculo con nosotros como si fuera otra hija junto a otras hermanas. Julia se convirtió en una de nosotros a tal punto que, advirtiendo la necesidad profundizar la belleza de la familia cristiana, pidió que quería formarse para recibir los sacramentos del bautismo, la confirmación y la comunión que no había recibido en su país, aunque ya tenía 17 años. Para la ocasión vinieron sus papás desde Brasil e hicimos una gran fiesta que involucró a toda la comunidad. Hoy el vínculo con Julia permanece. Nosotros seguimos siendo para ella “mamá y papá” cada vez que nos vemos por videoconferencia o que nos escribimos.
(A. – Italia)

a cargo de Stefania Tanesini
(tomado de Il Vangelo del Giorno, Città Nuova, año VI, n.1, enero-febrero 2020)

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